“Las motivaciones de quienes se unen a las filas de MSF siguen siendo fundamentalmente las mismas”

Cuando se cumplen 40 años de la creación de Médicos Sin Fronteras (MSF), entrevistamos al doctor Rony Brauman. Especializado en medicina tropical y de urgencia, Brauman se incorporó a MSF cuando esta se gestionaba desde una habitación en París. Desde entonces ha trabajado en campos de refugiados, hambrunas, guerras y desastres naturales, siendo presidente de […]

Cuando se cumplen 40 años de la creación de Médicos Sin Fronteras (MSF), entrevistamos al doctor Rony Brauman. Especializado en medicina tropical y de urgencia, Brauman se incorporó a MSF cuando esta se gestionaba desde una habitación en París. Desde entonces ha trabajado en campos de refugiados, hambrunas, guerras y desastres naturales, siendo presidente de la organización en Francia de 1982 a 1994. Su relato en primera persona narra los inicios y la evolución de MSF hasta nuestros días.

La primera vez que entré en la oficina de MSF en París, había solamente una secretaria trabajando a media jornada, Christiane. Eran mediados de los setenta y, tras años de activismo político, finalmente me licencié en Medicina. Siempre había querido ser médico, participar de la magia de tratar y curar a la gente. Tenía la labor médica muy mitificada.

Empecé la carrera de Medicina en 1967, cuanto tenía 17 años, pero con las protestas estudiantiles de mayo del 68, me metí mucho en política. La cosa duró cinco años hasta que una especie de resaca ideológica me hizo parar.

El grupo en el que estaba implicado era maoísta y empezó a rozar el terrorismo y la violencia extrema. El Gobierno francés ya nos había prohibido, pero en 1973 decidimos disolver la organización. Volví a la facultad de Medicina para ponerme al día de todo lo que me había perdido.

Por aquel entonces solo la Iglesia y el Gobierno enviaban a médicos a trabajar al extranjero. No quería trabajar para ninguno de ellos, así que MSF, al no ser ni una organización política ni religiosa, resultaba una opción muy atractiva para un médico joven como yo. MSF me motivó para reanudar mis estudios y trabajar hasta altas horas, aprendiendo cirugía, medicina tropical y medicina de urgencias para estar preparado para toda clase de situaciones.

El ‘caos’ de los inicios

Supe de MSF a través de un amigo que había salido con la organización para responder a una catástrofe natural en Honduras. La misión fue un completo desastre: volaron hasta allí para acabar pasando cubos de agua. De hecho, tardamos muchos años en demostrar que éramos útiles en catástrofes naturales.

MSF todavía era una organización muy pequeña, contaba con 10 o 12 médicos y enfermeras trabajando en varios lugares de África y Asia, y ni siquiera se sabía dónde estaba exactamente cada uno. Una médica muy trabajadora, de toda confianza, había sido enviada a Zaire y después se olvidaron completamente de ella. Ocho meses más tarde, regresó a París preguntando por qué no habían respondido a ninguna de sus cartas.

Luego me tocó a mí. Me enviaron a Tailandia para abrir un hospital cerca de la frontera con Camboya y después de seis meses me quedé sin recursos y sin un penique. Los refugiados me daban de comer porque ni siquiera podía alimentarme a mí mismo. Conseguí llenar el depósito del coche de gasolina y pude regresar a Bangkok. Cuando volví a París, MSF me organizó una serie de conferencias por el norte y el este de Francia, de forma que pudiera recaudar dinero para mantener el hospital operativo durante los siguientes seis meses.

De alguna manera disfruté de esa primera experiencia: no había jerarquías, ni guías médicas, ni jefes, hacías lo que creías que era lo mejor. Tenías que hacer absolutamente de todo, por lo que la actividad médica era solo una pequeña parte de mi trabajo. Así funcionaba entonces, pero no podía seguir de esa manera.

Organizarse y aprender de la experiencia

Las cosas cambiaron: empezamos a prestar apoyo a nuestro personal sobre el terreno y a pagarles salarios. En realidad me convertí en el primer médico asalariado de MSF. Establecimos una pequeña administración. Jacques Pinel, farmacéutico, se incorporó a MSF en 1980: hizo una lista de medicamentos esenciales, elaboró guías farmacéuticas y nos convenció de la necesidad de contratar a expertos en logística y en agua y saneamiento.

Empezamos a trabajar con investigadores, académicos y especialistas, como por ejemplo nutricionistas. Colaboré en el primer ensayo para un tratamiento nuevo de la desnutrición, en forma de unas tabletas de alimentos preparados envueltas en papel de aluminio, adaptadas a las condiciones tropicales. En una ocasión, como las tabletas que mandó el fabricante no eran las adecuadas porque su composición no era correcta y su gusto era totalmente inaceptable, quedaron amontonadas en un almacén, toneladas de ellas, y al final acabé comiéndomelas yo; después de todo no había mucho más que comer.

Habíamos decidido centrarnos en situaciones de guerra y poblaciones desplazadas, y nos encontramos trabajando cada vez más en campos de refugiados. En los campos teníamos una posición privilegiada: podíamos empezar desde cero y dispensar servicios muy necesarios que nadie más podía ofrecer. En los campos de refugiados de Somalia, Tailandia, América Central y África del Sur fue donde adquirimos nuestros conocimientos y habilidades, y forjamos los métodos que todavía hoy utiliza MSF.

Aprendimos mucho durante esos años. El verano de 1980 fui a Uganda en misión exploratoria. El país estaba en una situación de anarquía, con grupos armados combatiendo entre sí sin razón política aparente. No sabías dónde te acechaba el peligro. Al mismo tiempo, una grave hambruna asolaba la árida región del noreste del país. Cuando llegué, unas 10.000 personas ya habían muerto. Solo salir de casa por la mañana era una verdadera pesadilla: había cadáveres a lo largo del camino y la gente estaba increíblemente depauperada, al borde de la muerte. Lo peor era que la situación no se reconocía como una hambruna. Las autoridades en la capital me habían asegurado que el problema se había resuelto y que todo el mundo estaba tan bien alimentado como en un restaurante francés. Decidí ir a verlo por mí mismo y lo que encontré fue una emergencia de vida o muerte. Esto me demostró que no podíamos fiarnos demasiado ni de los documentos ni de las estadísticas oficiales: era absolutamente fundamental ver las cosas con nuestros propios ojos.

Solo una vez pensé que MSF no lo conseguiría. Estaba en Chad, con un cirujano y un anestesista, y quedamos atrapados en una emboscada. Cayó una lluvia de balas y el cirujano resultó herido de gravedad. Durante varios minutos pensamos que ningunos de los tres íbamos a salir de aquella con vida. A veces me pregunto qué hubiera sido de MSF si nos hubieran matado.

Toma de posiciones

Pero, por suerte, no fue así. Seguimos adelante y construimos una organización con convicciones y a menudo controvertida. En 1980 montamos la ‘Marcha por la supervivencia’, en la frontera entre Tailandia y Camboya, para protestar contra el control vietnamita sobre la ayuda humanitaria en Camboya. Y en 1984 formamos un grupo llamado Liberté Sans Frontières, para desafiar las visiones dominantes sobre los problemas y desastres del Tercer Mundo. Creó mucha controversia. En retrospectiva, la filosofía del grupo era neoconservadora y no todo los que dijimos era correcto: condenábamos ideologías mientras defendíamos nuestra postura como la verdadera. Dijimos muchas tonterías, pero todavía pienso que fue muy útil: éramos tan controvertidos que no podíamos contar con nadie, no teníamos amigos en los círculos de la ayuda, y eso nos fortalecía. Es de ahí de donde viene nuestra tradición de independencia.

Para los que participamos en estos debates, era muy fructífero. Como responsable de Liberté Sans Frontières y presidente de MSF, estaba al frente de estas discusiones y aprendí a argumentar y contraargumentar. Nos vimos atrapados en la controversia de la hambruna de 1985 en Etiopía y la cuestión del reasentamiento forzado. Esto nos obligó a explicar –a nosotros mismos, a la opinión pública y a los medios– cómo abordábamos cuestiones centrales del humanitarismo en situaciones altamente politizadas como la de Etiopía, y a tener una voz pública.

Independencia y profesionalización

Económicamente, las cosas iban mejorando. Era el principio de los ordenadores y el marketing directo, e inspirados por las técnicas de captación de fondos en Estados Unidos, creamos sistemas que nos permitieran ser más independientes. Creamos una sección logística muy poderosa, nueva en los círculos humanitarios, introduciendo vehículos cuatro por cuatro especialmente acondicionados con grandes parachoques y antenas que todavía utilizamos hoy. Exploramos formaciones específicas para trabajadores humanitarios sanitarios, lo que dio como resultado Epicentre [la rama epidemiológica de MSF]. Mediante un enfoque basado en la evidencia tomado de Estados Unidos, empezamos a cambiar y a mejorar la forma de trabajar. Adaptamos muchas cosas en otras áreas, por ejemplo, los varios kits que utilizamos en emergencias, un concepto que copiamos de Oxfam.

MSF creció en tamaño y reputación, llegando a ser más grande y a tener más éxito del que nadie esperaba. En 1990 había 100 personas trabajando a jornada completa en la sede de París. La ayuda y los derechos humanos empezaban a ser muy populares, lo que supuso un gran impulso para nosotros, y contábamos con un apoyo increíble de la sociedad.

De ahora en adelante

Creo que las instituciones tienen una duración, no tienen que ser eternas. La principal amenaza que puedo ver para MSF es la magnitud de la organización. Al aspirar a ser universales, a seguir creciendo, existe el peligro de una ambición desmedida. No estoy diciendo que tendríamos que retroceder y reducir nuestro tamaño, solo que quizás deberíamos utilizar nuestros recursos de forma diferente.

Si MSF existe dentro de 40 años, sin duda no será la misma organización que conocemos hoy. El mundo sigue cambiando y MSF tendrá que ir adaptándose. Mi generación, que creció en la década de los sesenta y de los setenta, tenía una forma de ver las cosas muy distinta a la de la generación actual. Pero estoy convencido de que las motivaciones más profundas de quienes se unen a las filas de MSF, sus expectativas y su deseo de ayudar a los demás siguen siendo fundamentalmente los mismos.

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