«Puedo usar mi mano de nuevo»: desde 2012 brindamos cirugía de primera clase en Haití

Gracia Gaspard, de 31 años, es técnico en electro mecánica. En esta foto está con las enfermeras en la guardia de Nap Kenbe, en el centro en Tabarre, Puerto Príncipe. Noviembre 2017.
Jeanty Junior Augustin

Desde el 2012, 60.000 haitianos de diversos ámbitos sociales han sido beneficiados por la asistencia quirúrgica de primera clase gratuita que MSF proporciona a través de su hospital en Puerto Príncipe. Este proyecto comenzó como respuesta al terremoto ocurrido en 2010, desde entonces redujimos nuestras actividades gradualmente y hoy nos preparamos para su cierre en 2019. Antes decidimos escuchar a nuestros pacientes.

Abierto en respuesta al terremoto de 2010 y el consecuente aumento crítico de las necesidades médicas, MSF gradualmente redujo sus actividades en el hospital y se prepara para su cierre a mediados del 2019, con el objetivo de reubicar sus recursos de acuerdo a las necesidades actuales, en Haití o en otro lugar.

Hicimos una mirada retrospectiva a lo que se ha logrado en uno de los proyectos quirúrgicos más avanzados de MSF y escuchamos lo que tienen que decir algunos de los pacientes que fueron beneficiados.

12 de enero del 2010: la tierra se sacude en Haití. En unos pocos segundos, la ciudad capital quedó aplanada. Más de 100.000 personas murieron y cientos de miles fueron heridos o quedaron atrapados en los escombros.

“En términos de consecuencias para el sistema de salud local, es similar al de una larga epidemia, pero una causada por las heridas en lugar de una enfermedad infecciosa,” explica el doctor Miguel Trelles, asesor quirúrgico de MSF. Éste crítico aumento de necesidades médicas ocurrió justo en un momento en que el país no era capaz de tratar heridos, pues su infraestructura médica había sido destruida o estaba en caos después de la catástrofe.

Haciendo frente a la magnitud y al impacto a largo plazo del desastre, MSF decidió abrir uno de los primeros y más avanzados hospitales de traumatología en Nap Kenbé, en el vecindario de Tabarre en Puerto Príncipe. La organización ya gestionaba una unidad de trauma en el hospital Trinité de Puerto Príncipe, pero éste quedó destruido por el terremoto. También era demasiado pequeño para cubrir la demanda de tales servicios, que se dispararon incluso después de que “la epidemia de lesiones” terminara, como resultado de heridas de trauma violento, accidentes viales, entre otras cosas.

Una historia de éxito quirúrgico

El hospital Nap Kenbé, una estructura temporal construida con contenedores en el vecindario de Tabarre en Puerto Príncipe, abrió sus 107 camas el Día de San Valentín del 2012 y ofreció asistencia quirúrgica de primera clase, gratuita, que anteriormente sólo estaba disponible para los haitianos más ricos por medio del sector privado.

Rápidamente, el hospital fue víctima de su propio éxito: en menos de un año, el número de intervenciones quirúrgicas llegó al doble de las que se planeaban originalmente y la demanda seguía creciendo, principalmente por las víctimas de lesiones de accidentes viales.

En sus seis años de existencia, el hospital Nap Kenbé ha atendido a 60.000 haitianos de diversos ámbitos sociales, brindando cirugías de trauma y viscerales de emergencia que a menudo requieren un largo periodo de fisioterapia para asegurar la recuperación total del paciente y que sean capaces de hacer uso de sus extremidades.

Para ese entonces debería haber una capacidad adicional que pueda hacerse cargo de la atención de casos de trauma en Puerto Príncipe, incluyendo la programada reapertura del Hospital de la Universidad del Estado de Haití (Hôpital de l’Université d’Etat d’Haïti, HUEH). Con capacidad de más de 500 camas, el HUEH era el hospital más grande del país. Quedó destruido tras el terremoto, pero con el gran apoyo de otros aliados internacionales, su reconstrucción está cerca de ser terminada.

Tratamiento de primera clase para fracturas

La fijación interna es uno de los servicios ofrecidos de forma gratuita en el hospital Nap Kenbé. En países con altos ingresos es un procedimiento rutinario para fracturas cerradas (es decir, cuando la piel no ha sido dañada); se usó de forma rutinaria para tratar a los heridos después del gran terremoto de Japón en el 2011, por ejemplo.

Además de hacer la recuperación menos dolorosa, la fijación interna acelera el tiempo de recuperación y acorta la estancia del paciente en el hospital. Pero es un procedimiento costoso que no estaba disponible en Haití.

Las alternativas (como el uso de yeso o tracción) requieren que el paciente quede inmovilizado en el hospital durante seis semanas. Esto fue un desafío tras el terremoto en Haití, el más devastador en la memoria de la población: no sólo había más personas necesitadas de hospitalización que camas disponibles en el hospital de Puerto Príncipe, además, cada paciente necesitaba quedarse por un largo tiempo en las pocas camas de hospital disponibles.

La fijación interna no solo requiere equipo específico y personal capacitado; también conlleva un alto riesgo si no se ejecuta en perfectas condiciones para el control de infecciones, pues puede presentarse el riesgo de una infección en el hueso. “Si las condiciones de cirugía y hospitalización no son las óptimas, aplicar la fijación interna puede ser más dañino que beneficioso”, explica el Doctor Trelles.

Muchos de los países de ingresos bajos en los que generalmente trabaja MSF, y en donde a menudo proporciona asistencia de emergencia para trauma después de desastres naturales (Haití, Indonesia y Nepal, por mencionar algunos) tienen sistemas de salud débiles e instalaciones de salud infrafinanciadas. Por ende, no es recomendable hacer una fijación interna en dichas situaciones y MSF generalmente usa tracción o escayolas para tratar pacientes con heridas cerradas.

Para MSF, el hospital Nap Kenbé fue un campo de entrenamiento para perfeccionar la gestión de su unidad de cuidados intensivos y mejorar sus protocolos de fijación interna. Y de 2014 en adelante la organización brindó capacitación a 24 ortopedistas haitianos y futuros cirujanos cada año como parte del programa de residentes.

“Puedo usar mi mano de nuevo”

Derlens, de nueve años, vive con su mamá que tiene un pequeño puesto en el mercado principal de Puerto Príncipe. Su vida cambió por completo el 27 de julio de 2017, cuando casi pierde su mano y antebrazo derecho haciendo algunos trabajos ocasionales para unos panaderos que se habían instalado en un patio al lado de su casa.

“Sólo me distraje por un momento y mi brazo quedó totalmente aplastado”, cuenta Derlens. “Grité tan fuerte que todos se dieron cuenta que mi brazo quedó atrapado en la máquina.” Fue llevado al centro de emergencia Martissant (gestionado por MSF) y transferido desde ahí hasta el hospital Nap Kenbé en Tabarre.

“Después del accidente estaba muy asustado. Pensé que iba a perder mi mano. Pero cuando llegué al hospital, una enfermera me dio esperanzas. Ahora estoy recuperado y descubrí que puedo usar mi mano de nuevo,” dice Derlens. Después de dos meses de hospitalización y tres de rehabilitación, había recuperado la mayoría de la movilidad de su mano, a pesar de quedar con una notable cicatriz.

“Para nosotros hubiera sido imposible costear una operación quirúrgica como esta en una clínica privada. ¡Mira! Estoy aquí con Derlen porque su mamá no puede venir con él a sus chequeos médicos debido a que tiene que salir a buscar comida para sus hijos”, cuenta Guerdline, prima de Derlen, quien lo acompaña a sus sesiones de fisioterapia.

Una bala en la pierna en nombre de la venganza

“Esta bala no llegó a mi pierna durante una pelea o una riña. Fue el novio de mi mejor amiga. Él era parte de un notable grupo de pandilleros que operaba en nuestra comunidad,” dice Cheldine, de 17 años. “Intenté explicar a mi amiga que no se estaba dando cuenta de quién era él realmente. Desafortunadamente, ella le dijo lo que hablamos y juró vengarse de mí.”

“Me encontré con él en una gran avenida, cuando me dirigía a la escuela una tarde. Sacó su arma frente a todos y me disparó en la pierna izquierda. Junté todas mis fuerzas y no lloré a pesar de la sangre que caía al suelo y la gente que estaba entrando en pánico a mi alrededor.

Frustrada y consciente de que no podrían cuestionarlo, las personas que vivían cerca del lugar me acompañaron a la clínica de MSF en Martissant, que no está lejos de mi vecindario. Mientras tanto, los demás le dijeron a mi madre que se encontrara conmigo en la sala de urgencias. Fue la primera vez que puse un pie en un hospital de MSF. Ya sabía que sus servicios se ofrecían de forma gratuita. Pero no sabía que toda la atención era gratuita: no tuve que pagar por mis medicamentos, radiografías o exámenes de laboratorio”.

“Ya era difícil para mí pagar el transporte para visitar a Cheldine en el hospital. No sé que hubiera hecho si hubiera tenido que pagar las cuentas del hospital,” dice Jean Pierre, la madre de Cheldine. 

“La bala me golpeó mientras estaba en la cama”

Sophonie, de 32 años, fue alcanzada por una bala perdida mientras estaba recostada en su cama. “Pasaban de las 9”, explica. “Aún no estaba dormida cuando sentí algo golpear mi estómago. La zona estaba caliente y dolía mucho. Froté la zona y noté que había sangre. Mi novio intentó darme primeros auxilios y después corrió a la calle para conseguir una motocicleta y llevarme al hospital. Una vez que llegué al hospital, uno privado, el personal me dio una infusión intravenosa y me sugirió ir al hospital de MSF en Tabarre porque, de acuerdo con ellos, mi herida requería una cirugía especializada que ellos no eran capaces de ofrecer. Mi pareja llegó en ese entonces, así que la ambulancia me trasladó al hospital Nap Kenbé de MSF. Por supuesto, tenía poco dinero pero no podía pagar por una atención a ese nivel. Y no quería que el dinero fuera la diferencia entre la vida y la muerte.”

“Expliqué lo que había pasado, y luego quedé inconsciente. Fue como si acabara de ser golpeada por la bala. Cuando desperté al día siguiente, una enfermera me explicó que me habían operado, pero que los médicos habían decidido no tocar la bala porque estaba muy cerca de mi corazón. Seguí el tratamiento necesario hasta que salí del hospital dos semanas después. Ahora vuelvo regularmente a la clínica para pacientes ambulatorios para que me hagan radiografías. Me dicen que la bala no se ha movido ni un milímetro. Pero aún es posible que pase, lo que me causa gran estrés. También tengo problemas respiratorios que se vuelven cada vez más serios. Me atormenta la idea de que alguien me diga que mis días están contados. Tengo que hablar de esto a menudo con mi única hija para que no sufra una terrible conmoción si la dejo algún día «.

Sophonie suspira mientras explica: «Desde que pasó esto he caído en una profunda desesperación. Ya no podía dormir en mi habitación. Tuve que escapar de eso y me fui a vivir a otro barrio. Sabía que cualquier cosa podía pasar en este país, pero todavía no puedo creer que algo así pueda suceder tan fácilmente. No estoy enojada por mi situación, pero me siento frustrada, continuamente preguntándome a mí misma, ‘¿Por qué me pasó esto a mí?’ «.

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