Atención materna en Kutupalong, Bangladesh: “Se parece más a una sala de urgencias que a una sala normal para partos”

Reena Bekum, 23, en el asentamiento improvisado de Unchiprang. Llegó a Bangladesh hace 8 meses, huyendo de la violencia en Maung.Sara Creta/MSF

Una mujer mareada está sentada en una cama verde. Luce como si acabara de correr un maratón, pero sin nada de euforia. Acaba de dar a luz a un niño de 4.1 kg – un peso récord en esta sala de partos. Una partera pone al recién nacido en sus brazos y ella acerca al […]

Una mujer mareada está sentada en una cama verde. Luce como si acabara de correr un maratón, pero sin nada de euforia. Acaba de dar a luz a un niño de 4.1 kg – un peso récord en esta sala de partos. Una partera pone al recién nacido en sus brazos y ella acerca al bebé a su pecho.

“En otros lugares donde trabajé con MSF, las mujeres en la sala de maternidad visitan a quienes están en las camas vecinas, pero aquí no pasa tanto», menciona Yvette, quien gestiona las actividades en la sala de partos en el hospital en Kutupalong de MSF; justo frente a la entrada de lo que es el campo de refugiados más grande del mundo. “Aquí son muy introvertidas, cubren sus cabezas o rostros con chales y permanecen excepcionalmente quietas.”

Esta joven mujer es parte de la minoría que opta por dar a luz en el hospital, pues se estima que alrededor de cuatro de cada cinco mujeres Rohingya en Kutupalong dan a luz en casa. “Soy una gran fan de los partos en casa,” dice Yvette, originaria del noreste de América; “pero en este caso, las condiciones en los hogares no son ideales.»

Los hogares de la mayoría de los refugiados en Kutupalong, así como en otros campos improvisados en la región de Cox’s Bazar en Bangladesh, son chozas de bambú tejido con pisos de tierra y techos de lona o de polietileno irregular. El agua debe ser transportada desde la bomba más cercana y las letrinas comunitarias a menudo se desbordan. “No es un buen lugar para vivir y mucho menos para dar a luz», comenta Yvette.

Partos complicados

Para las mujeres que dan a luz en casa, las opciones son limitadas si algo sale mal. Durante la noche los campos están sin luz y empinados, y los caminos son estrechos y resbaladizos. Los puentes que pasan a través de pantanos y arroyos fangosos son deficientes. Al haber pocos caminos en los campos sobrepoblados, el trayecto en ambulancia consiste en ir sentado sobre una silla de plástico atada a dos cañas de bambú, y que es llevada sobre los hombros de dos jóvenes fornidos.

Por esta razón, algunas mujeres con complicaciones durante la labor de parto usualmente se quedan donde están en la noche. “Al día siguiente, a menudo se encuentran en muy mal estado”, comenta Yvette. «O pueden sangrar por días en su hogar y luego llegan a la clínica con sepsis.»

“También recibimos a mujeres que, después de una larga labor de parto en sus casas, llegan cuando el trabajo de parto está obstruido”, dice Yvette. Esto da como resultado que las mujeres tomen oxitocina sintética para inducir o agilizar la labor de parto en casa. Al ser de fácil acceso dentro de los campos, la oxitocina puede ser contraproducente cuando se toma en dosis incorrectas causando complicaciones maternas mortales, muerte fetal o fístulas.

Los nacimientos sin complicaciones son la excepción en el hospital de Kutupalong.

 “Es raro ver un parto normal aquí”, menciona Yvette. “Generalmente sólo veo casos críticos –se siente más como una sala de urgencias que como una sala de partos normal.”

Violencia Sexual

Tres integrantes del equipo de parteras de Yvette, incluyendo a Roksana; trabajan exclusivamente con sobrevivientes de violencia sexual. Roksana supervisa a un equipo de 50 voluntarios rohingyas –en su mayoría mujeres jóvenes en sus últimos años de adolescencia – que van de casa en casa para informar a las mujeres y niñas sobre la asistencia médica y psicológica disponible para sobrevivientes de violencia sexual. Además, existe una línea telefónica directa, atendida por MSF, que ofrece información sobre los lugares a los que pueden acudir por ayuda.

El estigma asociado al abuso sexual hace que los sobrevivientes sean rechazados por la comunidad si sus experiencias se hacen públicas. Como protección, se les brinda una clave confidencial y una tarjeta con un símbolo especial para identificarse con el personal médico de MSF.

“Cuando comenzó la afluencia, muchas personas llegaban con nosotros diciendo: `fui violada por un militar o por alguien de Rakhine –¿qué puedo hacer?’”, comenta Roksana.

Casi nueve meses después de los últimos actos de violencia en Myanmar, los sobrevivientes de violación siguen llegando.

“Siguen llegando todos los días”, dice Roksana. “A menudo no quieren contar sus historias al principio y yo las aliento a hablar. Les doy primeros auxilios psicológicos diciéndoles: no tengas miedo, no es tu culpa, estamos aquí para ayudarte.

La ayuda que ofrecemos incluye apoyo en salud mental, asistencia médica y transferencias a actores especializados cuando sea necesario.

Las organizaciones que ofrecen servicios especializados juegan un papel importante para ayudar a mujeres y niñas que quedaron embarazadas a raíz de una violación a encontrar un lugar seguro y secreto para pasar sus últimos meses antes de dar a luz en el hospital de MSF. Si la madre no quiere o no puede conservar al bebé, es posible que necesite ayuda para encontrar padres adoptivos.

Otras víctimas eligen terminar sus embarazos por la desesperación, a menudo de forma insegura y  poniendo en riesgo sus vidas. El medicamento para inducir el aborto es fácil de encontrar en los campos, pero generalmente sin instrucciones de uso. “Cuando se usan adecuadamente, estos medicamentos son la opción más segura», comenta Yvette. “Al usarlas de manera inadecuada, se corre el riesgo de sufrir hemorragias e infecciones severas. Vimos muertes maternas causadas por prácticas de aborto poco seguras.”

El viejo departamento de maternidad en Kutupalong estaba lleno de camas divididas con raquíticas maparas de bambú que ofrecían poca privacidad a las mujeres y niñas en situaciones desesperadas; pero el nuevo departamento de maternidad de MSF, que cuenta con cuartos privados para los sobrevivientes de violación, les brinda dignidad al poder ser atendidas en confianza, sin ser escuchadas o identificadas.

El nuevo centro de maternidad, construido de cemento sólido, metal y ladrillo; también será capaz de soportar climas extremos –una cuestión importante en una región azotada por lluvias monzónicas y ciclones. Forma parte del ambicioso plan para reconstruir todo el hospital de MSF, como respuesta a las necesitadas médicas de los refugiados y de la comunidad local.

Un futuro incierto

Estadísticamente, de las diez camas ocupadas en el departamento de maternidad, cinco mujeres están allí debido a emergencias médicas – eclampsia, hemorragia post-parto y sepsis. Cuatro de ellas fueron violadas. Es probable que sólo una de estas diez mujeres tenga un parto normal.

Pero incluso los bebés que nacieron sin complicaciones tendrán pocas posibilidades de llevar una vida normal. Tendrán pocos de los derechos que son otorgados en otras partes. Desde el año pasado los nacimientos de bebés Rohingya en Bangladesh no son registrados. Los niños Rohingya nacidos allí no tendrán certificados de nacimiento, ni condición de refugiados o ciudadanía. No tendrán educación formal ni oportunidades de empleo y su libertad termina en el puesto de control que está al norte de los campos de refugiados.

Relato en primera persona por Yvette Blanchette, directora de las actividades de parteras de MSF en Kutupalong.

“Las madres aquí quieren exactamente las mismas cosas que las madres quieren en todas partes: una casa para sus hijos, suficiente comida para alimentarlos, ropa limpia – no importan los zapatos – y buenas oportunidades de educación. La diferencia es que aquí, muy pocos de ellos tienen fácil acceso a cualquiera de estas necesidades.

En otros países, las mujeres en el departamento de maternidad visitan a quienes están en las camas vecinas, pero aquí no pasa mucho. Aquí se vuelven introvertidas, cubren sus cabezas o rostros con chales y son excepcionalmente tranquilas. Quizás es estoicismo social; pero sospecho que hay mucho miedo y desconfianza después del trauma reciente que la mayoría de ellas experimentaron, y de la desolación de haber sido apartadas de sus hogares, familia y comunidades – de la vida que llevaban antes.

Cuando pregunto a las mujeres por su historia obstétrica, normalmente entran directamente a los detalles del día en que los militares llegaron a su pueblo: hablan de haber visto morir a sus esposos, a sus bebés pisoteados, a sus hijos mayores abatidos o quemados en sus casas.

Con frecuencia las mujeres se niegan a ser admitidas por enfermedades o infecciones, o piden que se les dé el alta poco después del parto para poder regresar a su casa a cuidar a los otros niños que se han quedado solos.

Cuando les pregunto si comieron algo antes de ser admitidas, suelen bajar la vista. Normalmente les damos jugo de mango y galletas para que tengan la fuerza durante la labor de parto.

Algunas mujeres dicen que no es un buen momento ni el lugar ideal para tener un bebé. Más y más mujeres solicitan anticonceptivos de acción prolongada con el fin de aplazar quedar embarazadas hasta que regresen a su hogar en Myanmar.

Por supuesto también hay momentos que valen oro. Como cuando tratamos un caso obstétrico complicado; y al entrar por la mañana a la sala de visitas y ver a esa paciente sentada en la cama con una sonrisa en su rostro, me hizo el día. A veces estas mujeres son casi irreconocibles, están transformadas y llenas de vida después de pasar horas o días al límite. Estos son momentos realmente especiales entre el personal y el paciente.”

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