Yemen: luchando por oxígeno en el enclave de Taiz

Enfermera Nora Echaibi en un hospital en Yemen ©MSF

Nora Echaibi es una enfermera de Médicos Sin Fronteras (MSF) que está en Yemen desde abril de 2015. Trabajó en Aden, Sana’a, Qataba, Ad-Dhale. Actualmente está en Taiz, una ciudad al suroeste del país donde viven unas 600.000 personas. Este es su testimonio:  «Desde el pasado septiembre hemos intentado entrar, sin éxito, en el enclave […]

Nora Echaibi es una enfermera de Médicos Sin Fronteras (MSF) que está en Yemen desde abril de 2015. Trabajó en Aden, Sana’a, Qataba, Ad-Dhale. Actualmente está en Taiz, una ciudad al suroeste del país donde viven unas 600.000 personas. Este es su testimonio: 

«Desde el pasado septiembre hemos intentado entrar, sin éxito, en el enclave de la ciudad de Taíz, que está bajo asedio del grupo huti Ansarallah, para dar asistencia médica.  El domingo 3 de enero hicimos nuestro primer intento del año, el primero sin llevar suministros con nosotros ya que no nos lo permiten.

La línea del frente se ha movido, lo que nos obliga a tomar una carretera diferente que es mucho más larga. Nos pararon dos veces pero nos dejaron pasar hasta el mercado de Bir Basher. Ahí estacionamos el auto para cruzar el último puesto de control a pie, la única manera de entrar.

Hay tanta gente cruzando que es un caos.  Vimos el camión del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas retenido mientras intentaba entrar comida. Un grupo de mujeres trató de juntarse a nuestro equipo, con la esperanza de tardar menos, pero las pararon. Hay personas que están horas, incluso días, para pasar. Hay familias separadas en el puesto de control, incluso las de nuestro personal. Al llegar, había decenas de minibuses esperando. Oímos disparos muy de cerca, quizás al aire, quizás no. Encontramos nuestro minibus y salimos de la zona lo más rápido posible.  

Las carreteras estaban tranquilas aunque las cicatrices de la guerra se podían ver en los edificios. La mayoría estaban dañados, muchos incluso caídos, sobre todo los que están cerca de las líneas de fuego. Sin embargo, vimos gente haciendo vida social, comprando en los mercados. 

Pese a que esperan los bombardeos a diario, sus esfuerzos por seguir con sus rutinas diarias hacen que la atmósfera sea de alguna forma más tranquila.  

Sin embargo, el impacto del estado de sitio es claro: los precios del mercado se han disparado y hay zonas donde las líneas de fuego han estado que están despobladas. No hay electricidad excepto para algunos suertudos con generador y, aún menos, con gasolina para hacerlos funcionar. Pero todo el mundo estaba contento de vernos, de ver a unos extranjeros que van a ayudar. No nos dejaban pagar por nada.  

Llegamos al hospital de Al Tawrah. La última vez que estuve fue en septiembre y la ausencia actual de pacientes fue sorprendente. Las actividades médicas se han reducido de forma drástica, los suministros médicos son muy limitados, especialmente la anestesia, y hay poca gasolina para el generador. Además, tienen poco oxígeno aunque una organización yemení basada en Aden ha conseguido 30 tubos. Ahora el hospital puede reabrir parte de su unidad de cuidados intensivos, al menos por un tiempo.  

Lo mismo pasa en otros hospitales: Al Rawdah, Al Jamhouri  Yemeny, Al Modaffar, y Ta’aown. Y, sin embargo, nuestros almacenes fuera del enclave están llenos.

Es doloroso ser testigo de la situación de hospitales grandes como el de Al Jamhouri, que estoy acostumbrada a ver con mucha actividad y que ahora están tan parados. En la maternidad solo vi a una mujer y tres recién nacidos diminutos. Uno de los bebés necesitaba oxígeno, pero el tubo al que estaba conectado no tenía contenedor, no había ninguno disponible.

 Es tan frustrante: a dos kilómetros al otro lado de la línea de fuego,  MSF gestiona un hospital de salud materno-infantil en pleno funcionamiento, pero estas personas no pueden llegar a él.  

Cuando cayó la noche, nos quedamos en el apartamento del cirujano. Cuando estoy fuera del enclave, estoy acostumbrada a oír los disparos que van hacia fuera, ahora estoy al otro lado y los oigo venir hacia nosotros. Es una nueva experiencia. El suelo se movió de forma violenta cuando las bombas cayeron cerca.

A la mañana siguiente los proyectiles siguieron cayendo pero me desperté con el sonido de un avión. Fuera del enclave sería causa de alarma porque no sabemos cuál es el objetivo. Pero dentro, la gente sabe que no es ahí así que se sienten más seguros. Durante dos horas el avión estuvo sobrevolando y nosotros seguimos con nuestras visitas al hospital. La sensación fue extraña.  

De ahí volvimos al puesto de control para salir del enclave. La gente que entraba traía bolsas de harina en carretas. Nos dijeron que ese día era relativamente fácil pasar. Para nosotros es mucho más fácil salir que entrar”. 

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