Siria 2014: de mal en peor

Aitor Zabalgogeazkoa © MSF

Artículo de Aitor Zabalgogeazkoa, coordinador general de MSF en Siria en 2014.

En 2013 las perspectivas en Siria eran malas. Pero la realidad nos muestra que todo es susceptible de ir peor. En 2014, cuando el conflicto ha entrado en su cuarto año, la situación no ha hecho más que agravarse. Unos 200.000 muertos, un millón de heridos, más de tres millones de personas que han buscado refugio fuera de las fronteras y los más de siete millones de desplazados atestiguan la brutalidad del peor conflicto de los últimos años. Más de la mitad de los habitantes del país necesitan alguna forma de ayuda humanitaria, entre ellos, cinco millones de niños. No solo la dinámica de la violencia se ha acentuado, sino que el acceso a la ayuda se ha restringido. Las necesidades son mayores pero la ayuda no les da respuesta. Hoy, Siria sigue siendo la crisis humanitaria más grave que se vive en el mundo.

Durante 2014 los bombardeos indiscriminados han continuado en numerosos puntos del país y en algunas ciudades como Alepo se han intensificado. Las bombas de barril han conseguido dejar la ciudad casi desierta. La zona controlada por la oposición está irreconocible, con muchos de sus barrios sometidos a un grado de destrucción sólo comparable al de la Segunda Guerra Mundial o al Grozni de los años 90. La lluvia de barriles ha forzado a muchos de sus habitantes a desplazarse a Turquía o a zonas controladas por el Estado Islámico, que significativamente sufrían menos los embates diarios de los bombardeos, e incluso una parte importante se ha desplazado hacia la zona controlada por el Gobierno a través de un único paso practicable.

Solo en el mes de julio de 2014, al menos seis hospitales de Alepo fueron alcanzados o afectados por bombardeos, algunos de ellos hasta en cuatro ocasiones como el tristemente célebre hospital Dar al Shifa. Durante el verano, el Hospital de Sakhur, uno de los más resolutivos en la ciudad de Alepo, fue alcanzado tres veces. El 2 de agosto un ataque aéreo destruyó por completo el hospital Al Huda, situado en el oeste de Alepo: murieron al menos seis médicos y enfermeros y otros 15 civiles, entre ellos varios pacientes, resultaron heridos. Este hospital, creado por la fundación inglesa SKT, era el único con servicio de neurocirugía en todo el norte del país. Las instalaciones de Médicos Sin Fronteras (MSF) tampoco se han librado de los bombardeos: el centro médico avanzado cercano a Alepo ha sufrido desperfectos tres veces en los últimos meses.

El sistema de salud se ha desintegrado. Los brotes de sarampión y polio están teniendo un impacto cruel en los niños y son un síntoma del deterioro en lo que a la salud pública se refiere. Las prioridades de salud van cambiando a medida que la guerra se prolonga, ya que hay menos población susceptible de ser herida, y la que queda sufre la desintegración del sistema de salud, económico, familiar y social. Aunque la violencia disminuya en el medio plazo, las necesidades básicas son mayores, y las condiciones médicas observadas son más serias y están más extendidas a través de toda la geografía siria. La incapacidad de las organizaciones humanitarias, incluida MSF, para ofrecer y atender servicios básicos a las comunidades que están luchando para sobrevivir es patente. No solo la violencia se está cobrando su peaje: las enfermedades transmisibles y prevenibles por vacunación también, las patologías crónicas están dejando un rastro de sufrimiento indecible, las mujeres paren en condiciones degradadas, y la salud mental de todos está deteriorada.

Los refugiados suponen una presión social y económica sin precedentes sobre las comunidades locales que los acogen y sobre los sistemas nacionales de salud y bienestar social, mercados de trabajo, etc. Ni siquiera una urbe gigantesca como Estambul, con casi 18 millones de habitantes, consigue hacer invisible el masivo flujo de emigrantes sirios. La situación en Jordania y Líbano es peor: la proporción de refugiados por habitante llega al 20% de la población. Los refugiados que optaron por Irak han tenido incluso peor suerte, ya que se han visto envueltos en otra guerra en los últimos meses.

La terrible situación ha llegado a un punto en el que hay un consenso, poco aireado en público, pero repetido: la victoria de alguno de los bandos no es una posibilidad real, ni tampoco una salida deseable. Solo quedan la desesperación y la vergüenza. La desesperación de una población que ve cómo nadie hace nada para parar, al menos, los ataques indiscriminados con barriles, mientras los bombardeos de la coalición internacional se cobran sus víctimas civiles. La vergüenza de constatar que, durante los tres años de conflicto, Europa en su conjunto ha acogido a menos refugiados que Líbano, Jordania o Turquía en un solo día. La vergüenza de ver cómo hay dirigentes políticos que creen que los sirios dejarán de intentar cruzar el Mediterráneo ya que “los servicios de rescate marítimo alientan” la aventura de montar en una patera con otros cientos de desesperados. La vergüenza de ver cómo la comunidad internacional sólo reacciona cuando sus propios intereses son afectados, como el acuerdo para el desmantelamiento del arsenal químico o la reacción ante la amenaza sobre las concesiones petrolíferas en el norte de Irak. La vergüenza de que los civiles sirios no merezcan ni un miserable gesto, excepto el de transferir a las organizaciones de ayuda humanitaria una responsabilidad que no tienen.

 

Este artículo fue publicado originariamente en los periódicos del grupo Vocento, España.

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