Primeros auxilios psicológicos en el Mar Mediterráneo: «Se trata de sentirse cerca de otros seres humanos»

Aurelia Barbieri, psicóloga italiana de Médicos Sin Fronteras (MSF)

Entrevista a la psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF) Aurelia Barbieri, en Catania, Sicilia.

Los equipos móviles de Médicos Sin Fronteras (MSF) están trabajando en Sicilia y en los puertos de las regiones meridionales de Italia, en puntos de desembarque críticos relacionados con naufragios e incidentes en el mar, para dar apoyo psicológico y primeros auxilios a los supervivientes de sucesos traumáticos. Un equipo móvil compuesto por un psicólogo y mediadores culturales especialmente formados se despliega en menos de 72 horas desde el momento en que las autoridades italianas dan la señal de alarma. En el mar, en el barco Bourbon Argos, MSF está proporcionando primeros auxilios psicológicos durante y después de las operaciones de rescate. Entrevistamos a la psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF) Aurelia Barbieri, en Catania, Sicilia.

¿En qué condiciones llegan las personas después de sobrevivir a un naufragio?

Están destrozadas. Llegan tras un viaje largo y peligroso desde sus países de origen, y el tiempo que han pasado en Libia, donde muchos de ellos han sido tratados con una crueldad inconcebible, les ha marcado muchísimo. En los casos en los que además han sufrido un naufragio, llegando a veces incluso a perder a un familiar, el sufrimiento se multiplica enormemente. Vemos niños que llegan solos porque han perdido a sus padres en un naufragio. O padres que han perdido a sus hijos. El sufrimiento al que se enfrentan es muy duro.

Una vez en tierra firme, ¿qué es lo que más necesitan los supervivientes de un naufragio?

Lo más importante es ofrecerles seguridad y una acogida humana. Empezar con las cosas más básicas: agua, alimentos o indicarles dónde están los baños. Deben sentir que alguien cuida de ellos.

Como psicólogos y mediadores culturales, somos un puente entre los supervivientes y los equipos médicos. Los supervivientes necesitan sentir que son bienvenidos, encontrar a alguien que cuide de ellos y les escuche, alguien que les ofrezca una taza de té, una sonrisa.

Cuando llegan, el ritmo es frenético y las autoridades se apresuran para poner en práctica los procedimientos oficiales. Nuestro aporte es limitado, no tiene efectos a largo plazo, pero puede tener un impacto importante para ellos. Se trata de sentirse cerca de otros seres humanos.

¿Qué piden los supervivientes de un naufragio?

A menudo quieren llamar a casa para decirle a su familia que están vivos. Justo después de un naufragio, no todos están preparados para reconocer que han perdido a alguien en el mar. A menudo nos piden información sobre la persona que no pueden encontrar. Nos preguntan: ‘¿Mi hijo está muerto?’ Más adelante se tendrán que enfrentar a uno de los momentos más difíciles: identificar los cuerpos de los que se ahogaron.

¿Qué historias de supervivientes le han causado mayor impresión?

Una mujer de Eritrea de veintipico años que estaba embarazada de siete meses y que había perdido a su hijo de siete u ocho años. Después del naufragio, la mujer permaneció en el agua durante cuatro o cinco horas. Llamó por teléfono a su madre, pero fue incapaz de contarle lo que había sucedido. Todo lo que dijo fue que estaba bien y que había llegado a Italia. Hacía mucho tiempo que no hablaba con su madre y solo quería escuchar su voz. Los silencios y omisiones también cuentan.

A menudo utilizamos mapas o dibujos cuando hablamos con los supervivientes. Dibujé una bota para representar Italia y la mujer me dijo, sonriendo: ‘¡Esto lo estudié en la escuela!’ Antes de abandonar su país, había consultado en el mapa el punto más corto para cruzar por mar. Esa mujer cargará con un peso enorme durante el resto de su vida, ya que después de tanto esfuerzo, su hijo se había ahogado.

¿Qué otras cosas se dicen en esas llamadas entre Europa y África?

Hace unos días conocí a un hombre sudanés que había salido de su país con su esposa embarazada. Estaba desesperado porque había llegado a Italia solo. Estaba secando unas fotos que había traído con él en el viaje. Llamó a casa y lo escuché decir Inshallah mientras hablaba con la hermana de su esposa. Su esposa le había llamado para decir que había llegado a Italia. Había sobrevivido. Apenas podía creerlo: durante varias horas había sufrido la tragedia de su posible pérdida. Al final de la llamada hubo una explosión de lágrimas y alegría… por su parte, ¡pero también por la nuestra! Los demás supervivientes del naufragio me contaron que ese hombre había ayudado a muchas otras personas en el mar. Su ayuda se había visto recompensada de alguna manera. Historias como esta les dan a los supervivientes —y también a nosotros— energía para seguir adelante. Es el poder de la esperanza.

¿Es posible obtener cifras exactas de cuántas personas murieron en un naufragio?

Es muy difícil saberlo con exactitud. Toda la información que tenemos se recoge de los supervivientes. Una de nuestras tareas es hacer que las personas entiendan que es importante que digan si han perdido a alguien, que den todos los detalles, pero se encuentran en un estado de gran confusión. Solo podemos dar estimaciones. Sin embargo, cuando una persona tras otra nos dice ‘he perdido a mi hermana’, ‘he perdido a mi primo’, o cuando un grupo de amigos nos dice que salieron 19, pero que solo han llegado nueve, todo esto nos permite hacernos una idea de la magnitud de la tragedia.

¿Qué es lo que más le preocupa?

Me preocupa que se pueda perder el sentimiento de humanidad, el sentido de la proporción. Temo que la gente que ve lo que ocurre desde la distancia llegue a acostumbrarse, como si estuvieran viendo una película. Existe el riesgo de que tragedias como estas se conviertan en algo normal. Pero la realidad es que cada naufragio es una tragedia. Tanto si hay centenares de muertos, decenas de muertos, o uno solo, todas esas víctimas son personas que se han visto obligadas a cruzar el mar porque no hay alternativas seguras. No puedo aceptar que niños y adultos puedan morir así. Nunca podré aceptarlo. Nunca.

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