“Mi nieta murió de hambre y también tuve que enterrar a mi nieto. A los dos los enterré en el jardín”

El personal del hospital atiende a una bebé que llegó con metralla en la frente. ©Jacob Kuehn/MSF

Los testimonios de los pacientes que atendemos en nuestro hospital en el oeste de Mosul retratan el horror de la población que vive atrapada.

Cubierto de polvo, el pequeño Ahmed*, de 4 años, está sentado sobre las piernas de su padre en el exterior del hospital que gestionamos en el oeste de Mosul, en Irak. El niño devora un bizcocho con tal avidez que buena parte de su rostro ha terminado cubierta de chocolate.

Por un momento, el niño no parece estar pensando en los horrores que acaba de vivir, como la muerte de sus dos hermanos. Su padre, Samir, consuela a la abuela del crío, sentada junto a él, y le ayuda a beber agua de una botella. La cara de la mujer es el espejo de las adversidades que esta familia ha atravesado.

Solo unas horas antes, huían de los combates de la ciudad vieja de Mosul. La casa donde se refugiaban estaba demasiado cerca de la línea del frente, de la batalla que libran el Estado Islámico y las fuerzas iraquíes: fuego de artillería, bombardeos, ataques suicidas, minas improvisadas y francotiradores. Esa misma mañana, las fuerzas de avance retomaban su vivienda, pero la ayuda llegaba ya demasiado tarde.

“[Hace tres días,] mi mujer sostenía a mi hijo cuando cayó un mortero”, relata Samir. “El muro de la habitación donde estaban mi hermana y ellos se vino abajo. En un primer momento, no pude entrar al cuarto. Había mucho polvo y no podía respirar. Cuando el polvo se asentó, entré y empecé a quitar ladrillos. Escuché a mi mujer gritar y di con ellas. Las cogí en brazos y las saqué de la habitación. Pero cuando terminé de retirar todos los ladrillos, vi que mi hijo estaba muerto. Tenía un mes y 5 días de vida”.

Mientras Samir habla, su madre, de luto, le interrumpe con lamentos y recuerdos del pasado que narra entre lágrimas. “Mi nieta murió de hambre y también he tenido que enterrar a mi nieto. A los dos los enterré en el jardín”, dice.

“Estuvimos tres días sin agua. La poca agua que bebíamos no era buena. Y ahora tenemos diarrea bebamos lo que bebamos”, continúa. “Durante el ramadán nos moríamos de hambre. Ni siquiera teníamos permitido comer las sobras de la basura”.

Horrores de la guerra

Ahora, la esposa de Samir está ingresada en el hospital, se encuentra en cama con un collarín. Es por la mañana y, mientras el personal médico y sanitario se prepara para recibir más pacientes, se escucha el sonido de las explosiones en el frente.

Ayer fue la jornada más intensa del hospital desde que se puso en marcha hace unos diez días. Pacientes heridos, la mayoría mujeres y niños, llegaban en ambulancia desde las líneas del frente. Un niño con quemaduras en los brazos y piernas. Una mujer en estado de shock y el rostro cubierto de sangre. Una pequeña con un vestido de flores, con la pierna derecha herida por la metralla y la izquierda amputada hasta la rodilla.

La sala de urgencias es un escenario por el que desfilan los horrores que esta guerra ha infringido a la población de Mosul. Una niña cuenta cómo vio morir a su hermano justo delante de ella. La sala se llena de lamentos, sollozos, gritos y también de exclamaciones de alivio.

Los familiares que acompañan a los heridos llevan la angustia dibujada en la cara: rostros famélicos, miradas perdidas, ojos llorosos y cuerpos cubiertos de sangre y suciedad. 

“Hambre y sufrimiento”, repite una y otra vez una anciana desde una de las camas de urgencias. A sus 74 años, hace apenas unas horas logró escapar de los enfrentamientos en Mosul.   

“Tratamos de convencer a los niños de que comieran al menos el concentrado de tomate… Hervíamos la harina en el agua, ya que el arroz que teníamos estaba tan sucio que ni los animales lo comían”, dice la mujer.

“Cada día moría gente por los bombardeos y los ataques. No sabíamos de dónde llegaban. Yo he perdido la mitad de mi peso… Y apenas podíamos ducharnos, nuestra piel tiene ya toda clases de enfermedades”.

Médicos a contrarreloj

Nuestro centro es uno de los dos únicos hospitales en esta área; su prioridad es la asistencia de emergencia. Los médicos trabajan a contrarreloj para que los pacientes puedan ser referidos a otros hospitales (como los ubicados en Mosul este) y seguir el tratamiento una vez se estabilicen. De ese modo, van quedando camas libres para los heridos que no dejan de llegar.

A pesar del gran flujo de entradas, solo una pequeña parte de los miles de iraquíes que siguen atrapados en medio de los combates logran llegar al hospital. Nuestro principal temor es que los casos más urgentes estén muriendo precisamente por esto, por no poder acceder a la asistencia de emergencia.

La familia de Samir es referida a otro hospital para que se recupere. Aunque algunas de sus cicatrices no desaparecerán nunca. De los tres hijos de Samir y su mujer, ya solo queda uno vivo. Sin nada más que su ropa y sin dinero en los bolsillos, la familia subida en una ambulancia deja a tras el recinto. Aunque el vehículo no tardará en regresar con otro paciente herido desde el frente.

*Nombre ficticio por razones de seguridad.

 

Desde que abrimos el hospital en el oeste de Mosul, hemos prestado asistencia médica a más de 200 pacientes por lesiones traumáticas y otros problemas médicos. Nuestro hospital provee cirugía para heridos de guerra y cesáreas de emergencia, atención postoperatoria a corto plazo, un servicio de maternidad con una sala de urgencias, y una sala de admisión de triaje para la afluencia masiva de víctimas. En total, proporcionamos asistencia médica a las personas afectadas por la crisis en Mosul en ocho puntos de la ciudad y sus alrededores.

Ofrecemos asistencia médica neutral e imparcial independientemente de la raza, religión, género o afiliación política. Para asegurar nuestra independencia, no aceptamos financiación de ningún gobierno o agencia internacional para nuestros programas en Irak: los costeamos únicamente a través de las donaciones privadas.

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