Este martes Danlí amanece encapotada bajo una llovizna tenue pero persistente. La hermosa vista de las montañas que circundan la ciudad se ve interrumpida por densas nubes grises que presagian una mañana húmeda y fría. Sin importar el clima, desde muy temprano cientos de personas empiezan a llegar a la sede del Instituto Nacional de Migración (INM) para solicitar un permiso para transitar por Honduras sin que les cobren una multa por no llevar los documentos en regla.
Durante meses, la exigencia de este documento por parte del gobierno de Honduras generó que cientos de personas migrantes se congreguen en condiciones precarias en este pequeño municipio cercano a la frontera con Nicaragua. Hoy, como cada dos semanas, un equipo de nuestra organización llegó a Danlí desde Tegucigalpa, a dos horas de distancia, para brindar servicios médicos, de salud mental y de soporte social a quienes se ven obligados a pasar por este punto en su camino hacia Estados Unidos.
Todavía bajo la lluvia que se resiste a parar, un médico, una enfermera, una psicóloga, tres profesionales del equipo comunitario, dos conductores y un encargado de logística construyen en cuestión de minutos una clínica móvil en las afueras del INM. Cuatro carpas desarmables de tela blanca y tubos cuadrados se adaptan como consultorio médico y sala de espera. Los dos buses medianos que transportan todo el equipo se convierten en farmacia y sala de consulta de salud mental.
Una jornada de trabajo y atención
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