“La catástrofe del cólera en Yemen solo ha sido un toque de atención en una crisis desatendida”

Una madre y sus dos hijos en el departamento de pedriatría del hospital de Abs, en Yemen.

Ruth Conde (Santiago de Compostela, España) trabajó entre febrero y junio como jefe de enfermería de Médicos sin Fronteras (MSF) en la localidad de Abs, en la gobernación de Hajjah en el norte de Yemen.

Ruth Conde (Santiago de Compostela, España) trabajó entre febrero y junio como jefe de enfermería de Médicos sin Fronteras (MSF) en la localidad de Abs, en la gobernación de Hajjah en el norte de Yemen. Desde 2012, Ruth ha trabajado en varias misiones de MSF en Asia, África y Latinoamérica.

«Cuando a finales de marzo obtuvimos el primer test positivo de cólera en el hospital que Médicos Sin Fronteras apoya en la localidad de Abs, en el norte de Yemen, recuerdo la cara desencajada del equipo. Entonces estábamos ya desbordados de trabajo. Había habido brotes de sarampión, tos ferina, un pico de malaria y tratábamos a un número importante de heridos de guerra… La llegada del cólera era lo único que nos faltaba.

Cuando piensas en los factores que llevan a una población a  ser vulnerable a un brote de cólera te das cuenta de que Yemen, en general, y Abs, en particular, los reúnen todos. Por un lado, el sistema sanitario está colapsado por más de dos años de guerra, con insuficiente personal o con funcionarios públicos que no han recibido salarios desde hace meses además de disponer de recursos materiales limitados. Por otro lado, al caldo de cultivo se suma una población desplazada, empobrecida, con poco acceso a agua potable limpia, que sufre falta de alimentos y ya está muy afectada por el azote de otras morbilidades.

Al principio, el cólera empezó en Abs de forma intermitente y limitada. Teníamos un número controlado de pacientes y todos venían de la misma zona. En mayo, en cambio, la situación se volvió explosiva. Comenzamos a recibir 20 y 30 pacientes en un mismo día y cada vez procedían de zonas más alejadas. Ahí saltó la alarma y tuvimos la sensación de que se nos iba de las manos.

En Médicos Sin Fronteras (MSF) lo tuvimos claro y nos pusimos manos a la obra rápidamente. En cuanto llegaron los primeros casos hicimos misiones exploratorias, establecimos redes en la zona, hicimos donaciones de material y entrenamos a personal de centros y puestos de salud de la región para garantizar que al menos los casos moderados pudieran ser tratados en la distancia.

A mediados de mayo vimos que había que redoblar esfuerzos e instalamos también un Centro de Tratamiento de Cólera (CTC) aislado del hospital. Lo hicimos en una escuela cercana, que actualmente cuenta con una capacidad de cien camas y en el que empleamos a unos cien trabajadores adicionales. Abs no solo ha sido el epicentro de un brote de cólera que ya ha causado más de 1.600 muertos y afectado a más de 269.000 personas, sino que es la región con el crecimiento más exponencial. No en vano, en estas últimas semanas hemos estado recibiendo una media de hasta 400 casos al día.

Recuerdo una imagen en concreto en el momento en que la epidemia comenzó a dispararse. Yo estaba preparando unos litros de agua y de repente recibimos de golpe una avalancha de pacientes. Entre ellos figuraba una chica joven, de unos 16 años, que llegó conmocionada. La chica se colapsó. Dejó de respirar. Tuvimos que ponerle soporte ventilatorio, y cuando empezamos  a inyectarle fluidos recuperó la actividad respiratoria y pudo respirar por sí misma. Al día siguiente por la mañana, la joven ya podía valerse por sí misma para ir al baño. Una recuperación asombrosa.

Y así ha sido por suerte la tónica general. Trabajando a contrarreloj, hemos conseguido mantener el nivel de mortalidad en torno al 1 y 2%. Si no es tratado bien y a tiempo, el cólera puede tener una mortalidad de hasta el 50%. Es una enfermedad que no distingue entre estratos sociales ni entre hombres o mujeres, ancianos o niños. Si el manejo es bueno y rápido, los resultados son mágicos. En el caso de los pacientes con diagnóstico más crítico, desde que ingresan hasta que reciben el alta médica, la estancia máxima es de unos cuatro días. La evolución es meteórica. Un paciente leve, si es admitido en un momento en el que se puede rehidratar por sí mismo, puede ser dado de alta en pocas horas.

 

 

 

 

 

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