Atrapados en tránsito: refugiados, migrantes y solicitantes de asilo bloqueados en Libia

Centro de detención de migrantes en Tripoli, Libia. © Ricardo Garcia VilanovaRicardo Garcia Vilanova

Desde que el año pasado Médicos Sin Fronteras (MSF) puso en marcha las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, sus equipos han rescatado a más de 25.000 personas de embarcaciones en peligro. Independientemente de su país de origen o de sus razones para tratar de llegar a las costas europeas, casi todas las […]

Desde que el año pasado Médicos Sin Fronteras (MSF) puso en marcha las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, sus equipos han rescatado a más de 25.000 personas de embarcaciones en peligro. Independientemente de su país de origen o de sus razones para tratar de llegar a las costas europeas, casi todas las personas rescatadas en el mar habían pasado por Libia.

 

“Libia es un lugar muy peligroso. Hay muchas personas armadas. Los asesinatos y los secuestros son algo frecuente. Al llegar a Trípoli, nos encerraron en una casa con unas 600 ó 700 personas. No teníamos agua para lavarnos, la comida era escasa y nos obligaron a dormir los unos sobre los otros. Fue muy duro para mi hija, enfermó varias veces. Había mucha violencia. Me golpeaban con las manos, con palos y con pistolas. Si te mueves, te golpean. Si hablas, te golpean. Pasamos meses así, siendo golpeados todos los días.” – Mujer de 26 años procedente de Eritrea y rescatada del mar en agosto de 2015.

Cientos de entrevistas a las personas rescatadas en el mar por MSF durante 2015 y 2016 han puesto de manifiesto el alarmante nivel de violencia y explotación que sufren los refugiados, solicitantes de asilo y migrantes en Libia. Muchos de los rescatados relatan haber experimentado en el país la violencia en primera persona, mientras que prácticamente todos los informes dan testimonio de violencia extrema contra los refugiados y los migrantes, incluyendo palizas, violencia sexual y asesinatos.

Libia sigue fragmentada por los conflictos y los efectos de la guerra civil. Mientras que las instituciones gubernamentales tratan con dificultad de restaurar una sensación de normalidad y aumentar los servicios públicos, el día a día para muchos libios es una lucha, y el país no tiene la capacidad para soportar decenas de miles de extranjeros, migrantes y refugiados. Mientras la lucha entre los grupos armados rivales continúa, la situación de los migrantes, solicitantes de asilo y refugiados es más precaria y peligrosa que nunca.

Según las personas entrevistadas por nuestros equipos, los hombres, las mujeres y, cada vez con mayor frecuencia, los niños no acompañados (algunos de tan solo 10 años) que atraviesan Libia están sufriendo abusos a manos de traficantes, grupos armados y particulares. Estos están explotando la desesperación de los que huyen de conflictos, la persecución o la pobreza. Los abusos denunciados incluyen violencia (incluida la sexual), detenciones arbitrarias en condiciones inhumanas, torturas y otras formas de malos tratos, explotación económica y trabajos forzados.

Detenciones

El 50% de las personas entrevistadas por MSF en sus buques de búsqueda y rescate a lo largo de 2015 afirman haber sido detenidas durante meses en contra de su voluntad en el transcurso de su estancia en Libia, ya sea por la policía y otras autoridades, por las milicias implicadas en el conflicto, por bandas criminales que operan en las principales ciudades o por particulares. Encerrados en casas, almacenes u otros edificios, en condiciones humanitarias extremas y sin acceso a asistencia médica, estas personas nos relataron cómo fueron sometidas a violencia de forma constante o bien obligadas a realizar trabajos forzados.

Tras haber sido rescatadas por el buque de MSF en mayo de 2016, una integrante de un grupo de seis mujeres procedentes de Eritrea y Somalia nos relató su historia: “Nada más llegar a Libia nos encerraron en un gran hangar. Permanecimos en él durante diferentes periodos de tiempo, algunos de nosotros durante dos semanas y otros durante cuatro meses si no tenían dinero. Nos traían muy poca comida, tan solo una vez al día. Todo estaba sucio, era horrible. Nunca podría volver a Libia, pase lo que pase”.

Secuestros

Según muchos de los entrevistados, los secuestros son una forma común de obtener dinero, por lo general de la familia y amigos del país de origen del rehén, y los rescates suelen pagarse a través de hawala (un sistema de transferencia de fondos informal basado en una red de operadores internacionales). A veces, los rehenes son capaces de comprar su libertad con su propio dinero -a menudo billetes cosidos en su ropa-.

Menethueos, de 23 años, fue rescatado en el mar por MSF en mayo de 2016 tras abandonar Eritrea para huir de la detención, la tortura, la persecución y el reclutamiento obligatorio en las fuerzas armadas. Nos contó que fue secuestrado y retenido durante cuatro meses en Libia, y sus captores exigieron cerca de 1.800 euros para garantizar su liberación.

“Retienen a las personas y las torturan y golpean para que su familia les envíe el dinero. Me golpearon y torturaron en repetidas ocasiones, pero yo no tenía ningún familiar a quien llamar (…). He oído que mantienen a personas como rehenes durante años (…). Te golpean mientras yaces en el suelo con lo primero que encuentran. Si tienen una barra de hierro, la utilizan. Usan muchas cosas. Te golpean con las culatas de las pistolas. Cualquier cosa que les apetezca. Te atan las manos y los pies juntos y te dejan acostado boca abajo día y noche. Durante el día te dejan tirado bajo un sol abrasador y por la noche pasas mucho frío. No te dan nada para comer. Ese es el tipo de tortura que utilizan muchas veces”, relató.

Mamadou, de 26 años, procedente de Costa de Marfil, declaró: “Nos obligaban a llamar a nuestras familias para pedirles dinero. Si no puedes pagarles, te siguen pegando (…). En ese lugar mantenían encerradas a unas 2.000 personas. Hace unos días, un poco antes de emprender el viaje, el responsable comenzó a golpearme con su Kaláshnikov”.

Trabajos forzados

De una forma similar a la esclavitud, muchas personas nos han descrito cómo fueron secuestradas para realizar trabajos forzados. Intercambiados entre intermediarios y brókeres, encerrados por la noche en auténticas condiciones de detención en casas particulares o en almacenes, los hombres se ven obligados a trabajar en obras de construcción o granjas durante el día, a menudo durante meses, hasta que pagan su libertad. Muchas mujeres afirman haber sido mantenidas en cautiverio para trabajar en el servicio doméstico o forzadas a esclavitud sexual.

Un integrante de un grupo de seis hombres procedentes de Camerún, Costa de Marfil y Guinea rescatados por un buque de MSF en mayo de 2016 explicó: “Todos permanecimos diferentes periodos de tiempo en Libia, entre dos y siete meses. Pero no sabíamos que nos veríamos forzados a trabajar allí. Algunos tuvieron suerte y fueron capaces de ir directamente a los barcos, pero muchos se vieron obligados a trabajar. Nos mantuvieron en prisiones privadas. Son casas propiedad de una especie de tratantes de esclavos, es un negocio. Te obligan trabajar en los campos o en diferentes tipos de trabajos”.

Un joven procedente de Somalia, que había vivido durante años en Yemen, relató a MSF poco después de ser rescatado en mayo de 2016: “Cuando alguien en Sudán me vendió a un libio por cerca de 1.800 euros, me sentí como una especie de mercancía valiosa. Los traficantes de esclavos de Sudán y Libia trabajan juntos, es como un negocio. Tras mi venta, me encerraron con otras personas en una especie de centro de detención. Durante el día trabajaba en granjas y por la noche volvían a encerrarme. Muchas personas murieron en ese lugar porque estaban enfermas y no recibieron tratamiento. Cuando consideraron que había trabajado suficiente, pude salir de ese lugar y emprender la travesía en barco”.

Lami, de 26 años y procedente de Senegal, vivía en una casa a medio construir con otras 30 personas. “Nos obligaban a trabajar y no recibíamos ningún dinero. Nos usaban como esclavos. Allí me golpearon con una barra de hierro. Perdí mucha sangre, ni siquiera podía caminar. Había un chico (…) que estaba muy enfermo y su estado empeoraba día tras día. Murió ante mis ojos; tuvimos que enterrarlo allí mismo. En Libia, si no tienes dinero para pagar a la gente que te asalta, te dan una paliza. Prefiero morir en el mar”.

Violencia sexual y prostitución forzada

María*, de 26 años y procedente de Camerún, fue rescatada por un buque de MSF en junio de 2016: “La gente vende a las personas. En Libia, la venta de seres humanos es normal». Nos relató cómo después de haber sido secuestrada por cuatro hombres armados se vio obligada a ejercer la prostitución y fue violada en repetidas ocasiones. “Se llevaron todas nuestras cosas. Todo el mundo tiene una pistola en Libia, incluso los niños (…). Pasé tres meses y medio en Libia en dos casas diferentes. Un día, una niña murió delante de nosotros. Estaba enferma, sin comida ni agua. Si vas al hospital, te secuestran. Mi amiga  todavía sigue retenida en la cárcel; lleva siete meses allí”.

Hope*, una cantante de 20 años procedente de Nigeria, se hizo amiga en Nigeria de una mujer que la invitó a Lagos. Sin embargo, una vez allí, “me vendió a otra mujer y me llevaron a un burdel en Libia. Los hombres venían y pagaban para mantener relaciones sexuales con las mujeres. Como me negaba a mantener relaciones sexuales con ellos, me encerraron bajo llave y me golpearon una y otra vez”.

Natasha, de 23 años y procedente de Camerún, nos contó su experiencia tras ser rescatada en el mar junto con su hija Divine, de cuatro meses: “Cuando llegamos a Trípoli nos secuestraron. Nos llevaron a una casa donde mantenían a cientos de personas en cautiverio. Permanecimos allí durante cinco meses. Me aterraba la idea de morir allí, tenía miedo de que me violaran como hacían con otras mujeres”.

Ver las cicatrices

“Alguien llega por un catarro y cuando se quita la camisa ves todas las cicatrices de las torturas que ha sufrido y, de pronto, te das cuenta de que tiene algunos huesos rotos y te cuentan historias horribles. En los últimos 12 rescates, he examinado a al menos 32 pacientes con claras lesiones de violencia”.

Dra. Erna Rijnierse, médica de MSF a bordo del buque de búsqueda y rescate Aquarius, junio de 2016

Los equipos médicos de MSF a bordo de nuestras tres embarcaciones de rescate en el Mediterráneo siguen tratando y siendo testigos de las consecuencias de la violencia física y psicológica infligida a las personas que huyen de Libia. Aunque puede resultar difícil identificar de manera definitiva los traumas mentales en el corto periodo que permanecen a bordo de nuestros barcos, los signos de la violencia física asociados a la detención, el secuestro o la violencia sexual son inconfundibles.

En los últimos meses, los médicos de MSF han visto a un hombre con una herida de machete infectada en el antebrazo de varias semanas de antigüedad; una joven que había recibido tantos golpes en la cabeza que su tímpano estaba perforado; un hombre con una inflamación grave tras ser golpeado en la ingle; un hombre con una fractura de clavícula y grandes cicatrices en la espalda como resultado de los latigazos que recibió durante su detención; un hombre al que habían golpeado con un Kaláshnikov tantas veces y con tanta fuerza que los huesos de la mano se habían hecho añicos.

“Desde que llegué, he asistido a varios casos de personas con fracturas, y he visto las cicatrices de grandes heridas en cuero cabelludo, espalda, brazos y piernas como resultado de su paso por Libia”.

Dra. Paola Mazzoni, médica de MSF a bordo del buque de búsqueda y rescate Bourbon Argos

Además de las lesiones visibles, también están las mujeres que viajan en grupos y que miran en silencio al horizonte sin articular palabra durante el rescate o en los días posteriores, así como las mujeres en avanzado estado de gestación que viajan solas.

“Los sentimientos de desesperación son muy prominentes en las mujeres que veo en las consultas médicas a bordo. Me cuentan las terribles experiencias que han tenido que soportar mientras atravesaban Libia (…). Hay mujeres que han sido violadas, hay embarazos no deseados”.

Dominique Luypaers, matrona de MSF a bordo del buque de búsqueda y rescate Bourbon Argos

Está claro que las experiencias de las personas que atraviesan Libia o que han quedado atrapadas en el interior del país están provocando graves efectos psicológicos. Según los datos recogidos por MSF a lo largo de un año en el centro de recepción de Ragusa, en Sicilia, el 60% de las 387 personas entrevistadas presentaba necesidades en materia de salud mental. Además de experimentar acontecimientos traumáticos en su país de origen, el 82% de los pacientes tratados directamente por los equipos de MSF en Sicilia notificaron que habían experimentado acontecimientos traumáticos a lo largo de sus viajes, con más frecuencia detenciones, y por lo general en Libia; al 42% de ellos se les diagnosticó trastorno por estrés postraumático (TEPT) y al 27% trastornos debidos a la ansiedad.

“Nadie les hará volver”

“En primer lugar, tengo que tranquilizarlos, hacerles entender que nadie les hará volver al infierno que han dejado atrás. Les miro a los ojos; ellos nos miran a nosotros. Están aterrados, aplastados unos contra los otros en el barco. Es importante dejar muy claro que nadie será llevado de regreso a Libia (…), esto resulta esencial para transmitir una sensación de seguridad y poder estabilizar la embarcación”.

Ahmed Al-Rousan, mediador cultural de MSF a bordo del buque de búsqueda y rescate Bourbon Argos

Los refugiados, migrantes y solicitantes de asilo que tratan de salir de Libia deben abrirse paso hasta la costa mediterránea, donde se enfrentan a la perspectiva de una larga y peligrosa travesía marítima. Los barcos de traficantes son a menudo embarcaciones de pequeño tamaño y casi siempre están abarrotados, lo que eleva el riesgo de que sus ocupantes se vean expuestos a deshidratación, asfixia, ahogamiento y quemaduras de combustible. Los barcos no reúnen las condiciones de navegabilidad necesarias para alcanzar las costas europeas y, sin medios de rescate, los pasajeros se enfrentan a una muerte segura.

Todos los solicitantes de asilo deberían tener derecho a que su caso sea escuchado y juzgado en base a sus características específicas. Sin un régimen de asilo en Libia, las personas que buscan protección no pueden ser registradas y tratadas en conformidad con el derecho internacional y regional de protección de los refugiados. Como Libia no ha firmado la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y actualmente atraviesa su propia crisis humanitaria, los países de la Unión Europea (UE) no pueden asumir que estos derechos se garantizan. Los Estados miembros de la UE, por lo tanto, no deben negar activamente a estas personas la oportunidad de llegar a Europa.

Los relatos de cientos de supervivientes recogidos por los equipos de MSF revelan la magnitud del sufrimiento que padecen las personas que pretenden llegar a Europa pero que permanecen invisibles y atrapadas en tránsito en el interior de Libia.

* Los nombres han sido modificados

 

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