“Antes, todo esto no era así, vivíamos juntos pacíficamente”

Zita tiene 23 años y es madre de Marie, de dos años, y Nelpha, de cinco meses. Vive día a día frente a la inseguridad, prisionera de la violencia y el miedo. ©Sandra Smiley/MSF

Zita es de Kabo, una pequeña ciudad en el norte de República Centroafricana

Zita llegó al centro de salud de Kabo, en el norte de la República Centroafricana, hace diez días. Vino con sus dos hijas, Marie, de dos años, y Nelpha, de cinco meses. Ellas son de Ngoumouru, ubicado a 50 km de Kabo, donde no hay puestos de salud. Caminaron 20 km desde  Ngoumouru hasta Farazala, y luego Médicos Sin Fronteras las trasladó en motocicleta a Kabo. Les tomó todo el día para llegar a su destino.

Marie se enfermó hace dos o tres meses. Ella, primero, sufrió de malaria, que luego le trajo desnutrición severa. Zita llevó a su hija al centro de salud de Ouandago, cerca de su casa. Allá le dieron paracematol y las regresaron. Se quedaron en su hogar, esperando a que la salud de Marie mejorara. Zita no quería recorrer más carreteras por miedo a que fueran atacadas por hombres armados.

“No suelo viajar por las carreteras debido a la situación de seguridad. A menudo hay hombres armados en los caminos que exigen las cosas de las personas que intentan pasar. Si vas en bicicleta o en motocicleta, te acosan por dinero, incluso cuando estás tratando de transportar a una persona enferma. Si vas caminando, a veces te dejan pasar sin pedirte nada. Fue por eso que llegamos a pie. No podemos gastar el dinero para pagarles: pueden pedir entre 250 y 500 francos CFA, cada vez”. (Un dólar estadounidense equivale a 590 francos CFA y una pequeña olla de vegetales suficiente para alimentar a una familia por un día cuesta unos 650 francos CFA).

La última vez que la robaron fue hace una semana, antes de irse para Kabo. A la 1 de la mañana, tres hombres armados llegaron a la casa donde vive con su esposo, sus dos niñas y otros nueve familiares. Uno de los hombres empezó a gritar, exigiendo dinero y golpeando a la gente. Comenzaron a disparar. Uno de los miembros de su familia necesitaba atención médica, había sido herido en la pierna.

Recientemente, dice Zita, ha habido menos robos de los usual. Pero eso se debe a la temperatura, más que a las políticas. “Estamos en la temporada de lluvia, por lo que hay menos hierba cerca en la carretera. Los bandidos tienen menos lugares para esconderse”, cuenta ella. “Una vez que comience la temporada seca, va a empeorar de nuevo”.

Anteriormente, Zita era cultivadora. Pero los campos están ahora controlados por hombres armados, que detienen el trabajo de los agricultores para que su ganado pastoree allí. Ahora Zita se dedica al forraje de ñame silvestre en los bosques aledaños a su casa. Ella va con un grupo de mujeres para su seguridad. Saben que todavía pueden atacarlas, pero no tienen más opción que ir.

Como la salud de Marie empeoró,  Zita decidió dejar su casa y coger la carretera hacia el centro de salud con sus dos hijas y su esposo, a pesar de sus temores. Gracias a la atención que Marie ha recibido en estos últimos diez días en el centro de salud de Kabo, se está recuperando. Sin embargo, ella continúa débil y su cara todavía está inflamada.

 “Antes, esto no era así. Vivíamos juntos pacíficamente”, dice Zita.

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