Andrés Carot, cirujano: «No veo la hora de volver a Kunduz»

Andrés Carot (al centro) en Afganistán.

A un año del bombardeo de Estados Unidos al hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, este cirujano cordobés recuerda la importancia de ese proyecto.

Cómo llegué al hospital de Kunduz

Yo ya había trabajado en Afganistán una vez, en el hospital Boost de la provincia de Helmand. Había sido mi primera vez en el país, y me había encantado. Y me encantó la gente, la más hospitalaria de entre todos los países en los que he trabajado. Por eso quería volver y, cuando me ofrecieron una nueva misión, y me pasaron información sobre el proyecto, no lo dudé y acepté.

El hospital de Kunduz se enfocaba en urgencias traumatológicas. Admitíamos pacientes que habían sufrido traumas agudos como accidentes de tránsito y caídas, o que eran víctimas de la guerra. Era un hospital con una capacidad muy grande, y muy especializado.

Teníamos médicos emergentólogos, médicos terapistas, de terapia intensiva, traumatólogos, cirujanos y médicos generales; contábamos con una guardia y una terapia intensiva de 8 camas con respirador.

Esta capacidad no es común en una organización que se dedica a la acción humanitaria. Tampoco era común en esa zona. Kunduz fue la última ciudad conquistada por el gobierno afgano a los talibanes, y muchos pueblos cercanos permanecían gobernados por los talibanes, por lo que había mucha presencia militar y muchas víctimas de los combates.

Siempre, en estas zonas de conflicto, uno de los lugares que considerábamos más seguros era el hospital. Hasta que pasó lo que pasó. Era el lugar más seguro.

 

Un pequeño paciente se recupera en el hospital de Kunduz de una grave herida de metralla de mortero en su pierna izquierda. Mayo 2015 ©Andrew Quilty/Oculi

Un día normal en Kunduz

¿Cómo era mi día? Vivía en una casa muy grande, porque éramos alrededor 20 colegas allí y, dados los protocolos de seguridad que teníamos, sólo podíamos movernos entre el hospital y la vivienda. Había gente de los cinco continentes, entre ellos un cirujano italiano, un japonés, un belga, una enferma de Mozambique… europeos, latinoamericanos, africanos.

A la mañana desayunaba con el equipo (a no ser que hubiese tenido que trabajar la noche anterior), y a las ocho menos cuarto salíamos para el hospital. Primero teníamos una reunión con todo el personal local e internacional –¡éramos como 50, casi no entrábamos!-, y después se quedaba el plantel médico para revisar algunos casos y las cirugías programadas para ese día. Era un lugar donde había un caudal de cirugías muy grande: hacíamos alrededor de 20 cirugías diarias,  en 3 quirófanos diferentes.

Generalmente el trabajo de los cirujanos se dividía así: un grupo arrancaba con las cirugías a las ocho de la mañana, y otro grupo se encargaba de hacer las rondas por las salas de internación. Yo, según donde se me necesitaba más, iba al quirófano o iba hacer las rondas. Las rondas tardaban toda la mañana y también se programaban casos para el día siguiente. Se juntaban cirugías programadas con cirugías nuevas. Y terminábamos el día a las seis de la tarde. Si necesitábamos quedarnos por más tiempo, teníamos que tener el visto bueno de nuestro coordinador.

Si nos quedábamos, sabíamos que quizás era mejor pasar toda la noche en el hospital, porque considerábamos que era más seguro.

La paciente khal Bibi, de 4 años, acompañada por su papá Qudus. Mayo 2015 ©Andrew Quilty/Oculi

Mi primera neurocirugía

Una de las razones por las que quería ir ahí es porque se hacía neurocirugía básica. En todos los países donde nos formamos, traumatismos y hematomas son patologías que trata el neurocirujano, pero en estos contextos casi no hay neurocirujanos. Yo había tenido cierta formación en esto, y por lo tanto era una buena oportunidad para adquirir experiencia, así que les pedí a los que se encargaban de este tipo de operaciones que me dejasen ayudar cuando hubiese un caso.

Una noche llegó un chiquito de 5 años que había tenido un incidente en la calle jugando con un amiguito. El nene tenía pérdida de masa encefálica… literalmente un hueco en la cabeza… ¡y estaba caminando! Así que operar un chiquito así… llamé obviamente a uno de los cirujanos que sabía hacer la cirugía. Ese cirujano vivía en una zona insegura y no podía salir. Así que tuve que hacer yo la cirugía con la ayuda del traumatólogo local, y con el asesoramiento del cirujano por teléfono. Por supuesto, a mí me daba miedo tener que afrontar esto. Pero a veces en terreno pasan estas cosas; sos la persona que más sabe en ese momento, sos el único que está ahí, y por ahí son cosas complejas que no hiciste nunca, pero hay que que poner en la balanza cuál es la mejor opción. Y por suerte salió todo bien. A los tres días ya pasamos al nene de terapia intensiva a la sala común. ¡Y el chiquito se fue perfecto! Yo no lo podía creer. La cirugía fue lo que tenía que ser, pero bueno, es un caso, abrir una cabeza… Y desde ese momento… ¡esa cirugía me dio un impulso!

Era un lugar donde se salvaron muchísimas vidas. Tener una terapia intensiva con respiradores y médicos capacitados intensivistas hizo que la mortalidad bajara un montón.

Un paciente se recupera de una importante cirugía abdominal en el centro de trauma de MSF en Kunduz. Febrero 2013 ©Laura Lee/MSF

Cuando me enteré que habían bombardeado el hospital de Kunduz

Cuando bombardearon el hospital en Kunduz yo estaba trabajando en un proyecto de Médicos Sin Fronteras en Yemen. No lo podía creer. También me enteré que el coordinador general, que era el mismo que cuando yo había estado allá, estuvo presente en el hospital la noche del bombardeo. Eso me dio un poco de tranquilidad porque lo conozco y porque en esos momentos es bueno tener a los coordinadores ahí, que son los que mejor manejan la situación. Es el de la foto que está ahí, en los escombros. 

Y después fue muy duro cuando me enteré quiénes murieron… Uno de los médicos que falleció era uno con el que tuve muchísimo trato, especialista en terapia intensiva, impresionante como profesional y como persona. Era de esas personas siempre con cara de alegría, siempre positivo, y eso que es difícil trabajar en una terapia intensiva y con personal expatriado que rota todo el tiempo. También un par de enfermeros de quirófano, enfermeros de la guardia, limpiadores. A todos los conocía. Con los médicos tenía más trato pero a todos los conocía al menos de vista. Me dio mucha bronca.

El 3 de Octubre de 2015 el hospital fue bombardeado por Estados Unidos de manera precisa y sostenida. ©MSF

No veo la hora de volver a Kunduz

Nunca me imaginé que pudiera pasar esto en ningún lado y mucho menos en el hospital de Kunduz. Me parecía el ejemplo del ideal de la neutralidad. Por un lado, a nivel técnico y médico, era un hospital donde se daba cirugía de trauma con un nivel y complejidad que nunca había visto, en ninguno de los otros proyectos en los que he estado – teníamos la posibilidad de hacer tomografías computadas, lo que no es común en estos contextos. Y por otro lado, a nivel humanitario, era muy respetado. Teníamos pacientes civiles y de todos los bandos en conflicto; todos respetaban el chequeo de armas antes de entrar. Kunduz. Lo que era ese proyecto…Si se llegase a reabrir, me gustaría volver.

Tengo ganas de volver porque se trabajaba muy bien en ese hospital. Y por la gente. Me imagino una emoción tremenda. No veo la hora de volver a Kunduz.

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