Tras estallar la violencia en el vecino Burundi en 2015, miles de personas huyeron a Tanzania. En 2020, unas 20.000 de ellas regresaron a su país, pero más de 147.000 se quedaron, al no sentirse seguras volviendo a casa, y siguen viviendo en campos. Las restricciones de movimientos fuera de los asentamientos les impiden buscar trabajo y esto los obliga a depender de una asistencia humanitaria cada vez más reducida. Los programas destinados a esta comunidad refugiada son de los más infrafinanciados del mundo por parte de los donantes internacionales.
MSF sigue siendo el principal proveedor de atención médica en el campo de Nduta, uno de los tres existentes en Kigoma. Cuatro puestos médicos vinculados a un hospital ayudan a cubrir las necesidades de casi 70.000 refugiados y unos 20.000 habitantes de las aldeas circundantes.
Los servicios médicos para mujeres y niños incluyen atención y asesoramiento a supervivientes de violencia sexual y de género, así como consultas de salud mental y tratamiento de la tuberculosis, el VIH y diversas enfermedades no contagiosas.
En el hospital, prestamos servicios tanto a refugiados como a comunidades de acogida. Entre otros servicios, atendemos en la pediatría, las consultas para adultos y la maternidad; también organizamos las derivaciones quirúrgicas y obstétricas de emergencia al hospital gubernamental cercano.
A lo largo de 2020, apoyamos las actividades de preparación y respuesta ante emergencias. En el campo de Nduta, dirigimos una instalación de cuarentena para el COVID-19 de 100 camas y capacitamos a más de 430 personas para responder a un posible brote. En mayo, organizamos una campaña de vacunación contra el sarampión tras registrarse un brote en el campo.
Finalmente, en abril, tras las inundaciones en Lindi, en la costa sureste, nuestros equipos donaron medicamentos para prevenir y tratar la malaria, la diarrea aguda y la deshidratación.