Para abordar las consecuencias secundarias de el COVID-19, por ejemplo, la erosión de la confianza en los servicios médicos, adaptamos nuestras actividades para poder mantenerlas lo mejor posible. Así, nuestro proyecto para supervivientes de violencia sexual en el llamado “cinturón de platino” ofreció asesoramiento telefónico y transporte seguro en un momento en que los servicios públicos habían cesado. En Eshowe y Khayelitsha, trabajamos para mantener el diagnóstico y tratamiento del VIH y la tuberculosis mediante la distribución a gran escala de pruebas orales, y nos aseguramos de que las instalaciones médicas realizaran las pruebas de detección de el COVID-19, el VIH y la tuberculosis en el mismo momento. Nuestro personal facilitó tratamiento antirretroviral (ARV) y medicamentos para otras enfermedades crónicas a domicilio o en puntos de recogida comunitarios y también dio atención domiciliaria a pacientes con TB resistente a los medicamentos (TB-DR).
Además, trabajamos en numerosos refugios para personas sin hogar en las ciudades de Tshwane y Johannesburgo, brindando servicios médicos y de salud mental, que en Tshwane incluyeron la distribución de terapia de sustitución con opioides. Durante la primera ola de COVID-19, habilitamos, dotamos de personal y administramos un hospital de campaña de 60 camas en un pabellón deportivo de Khayelitsha, donde ingresaban pacientes moderados o graves. En la segunda ola, dimos apoyo en las salas de COVID-19 de siete hospitales en tres provincias del país.
En 2020, se cumplieron 20 años del inicio de operaciones de MSF en Sudáfrica; algunos hitos han sido los primeros programas de terapia antirretroviral en el continente y el exitoso impulso de un tratamiento más corto y menos tóxico de la TB-DR.