Italia fue el primer país europeo en sufrir el golpe de el COVID-19. A principios de marzo, a petición del Ministerio de Sanidad, comenzamos a trabajar en hospitales de Lombardía, la región con más casos; aportamos nuestra experiencia en epidemias, concretamente en prevención y control de infecciones y atención al paciente. Después, ampliamos nuestras actividades a otras regiones, enfocándonos en grupos vulnerables: trabajamos en residencias de mayores, cárceles, centros de acogida para migrantes y personas sin hogar y asentamientos informales, apoyando a grupos de la sociedad civil que estaban ofreciendo asistencia, promoción de la salud (multilingüe) y salud mental online.
Aunque nuestra respuesta de emergencia terminó en julio, continuamos con las actividades relacionadas con el COVID-19. En las afueras de Roma, colaboramos en la detección temprana y manejo de casos, mientras que, en Palermo, respondimos a los brotes registrados en centros para personas sin hogar y migrantes.
En verano, nuestro equipo en Lampedusa (Sicilia) respondió a un fuerte aumento de las llegadas desde Libia y Túnez. Durante dos meses, dimos apoyo y capacitamos a los equipos de la sanidad pública en el triaje en el desembarque y brindamos primeros auxilios psicológicos a personas traumatizadas por las experiencias vividas durante su viaje.
Durante el año, nuestros equipos siguieron evaluando la situación de los migrantes en tránsito en las fronteras del norte de Italia. Denunciamos las pésimas condiciones de vida y el duro trato que sufrieron, con abusos físicos y expulsiones. También trabajamos con grupos de la sociedad civil para distribuir artículos de primera necesidad, como mantas y ropa de invierno.