En marzo, más de 20.000 personas permanecían recluidas en condiciones indignas en Moria, un centro de recepción en la isla de Lesbos, cuya capacidad oficial era de 3.000 personas. Las medidas de confinamiento por el COVID-19 restringieron aún más sus posibilidades de desplazarse, comprar comida y buscar atención médica o asistencia legal.
En 2020, MSF contaba con una clínica fuera de Moria, para brindar atención médica, salud sexual y reproductiva y salud mental pediátrica. En junio, abrimos un centro de aislamiento para personas con COVID-19, que las autoridades locales nos obligaron a cerrar poco después. La noche del 7 de septiembre, Moria fue completamente destruido por varios incendios y más de 12.000 personas fueron trasladadas. Organizamos rápidamente clínicas móviles y abrimos otra clínica para responder a las necesidades urgentes. La gente fue trasladada a un nuevo asentamiento, donde, a finales de año, 7.000 personas seguían malviviendo en tiendas de campaña.
En la isla de Samos, llegó a haber hasta 8.000 personas viviendo en el centro de recepción de Vathí, que estaba previsto para 650. La respuesta de las autoridades a el COVID-19 fue inadecuada: un reducido equipo médico y opciones inaceptables de cuarentena para las personas contagiadas. Durante 2020, MSF proporcionó saneamiento y miles de litros de agua por día para ayudar a prevenir problemas de salud asociados con la falta de agua y el saneamiento deficiente. En la ciudad de Vathí, nuestro centro de día continuó ofreciendo apoyo en salud mental y salud sexual y reproductiva (con especial atención a la violencia sexual).
En Atenas, atendimos a víctimas de tortura en una clínica especializada y, en un centro de día, brindamos asistencia social y legal, además de atención médica. Desde julio, atendimos a una cifra cada vez mayor de refugiados en riesgo de desalojo con problemas graves de salud y psicológicos.