Mi nombre es Julia García Zamora, soy politóloga colombiana y actualmente trabajo con Médicos Sin Fronteras (MSF) en la posición de Coordinadora de Terreno. Mi última misión fue en una pequeña ciudad llamada Patna, capital del Estado de Bihar, localizado al norte de la India. Nuestro proyecto consistía en brindar atención médica y psicológica a pacientes con VIH /sida avanzado.
Debido a nuestro enfoque, recibíamos pacientes en un estado muy avanzado de la enfermedad que llegaban con co-infeccciones o enfermedades oportunistas; aquellas enfermedades que se aprovechan del débil sistema inmunológico de los pacientes. Las más comunes eran tuberculosis, Kala Azar (leishmaniasis visceral) y meningitis criptocócica. Sin embargo, recibíamos pacientes con toda clase de infecciones, algunas de ellas resistentes a los antibióticos, lo que hacía aún más desafiante el tratamiento.
MSF operaba dentro del hospital público de Patna, allí teníamos un pabellón de 36 camas que contaba con una unidad de cuidados intensivos para los pacientes más críticos y una zona de aislamiento para los pacientes con tuberculosis. Aunque teníamos constante comunicación con la dirección del hospital y coordinábamos algunos servicios, como por ejemplo la realización de exámenes de laboratorio, el servicio de MSF era completamente independiente.
Nuestro proyecto se enfocaba en recibir pacientes de cinco distritos en el Estado de Bihar, con la mayor prevalencia de personas VIH positivas. Teníamos un equipo que se encargaba de estar cada día en estos distritos y trabajar conjuntamente con las autoridades locales para captar los pacientes que necesitaban nuestro servicio médico. Aunque el gobierno de India entregaba los medicamentos que los pacientes debían tomar de por vida, acceder a los servicios de salud para las personas que estaban en un estado avanzado de la enfermedad era muy difícil, principalmente por el alto nivel de estigma respecto al VIH.
Existían muchos mitos sobre el contagio de la enfermedad, incluso entre el personal de salud. Creencias como que se contagiaba con las picaduras de mosquito o que era necesario el uso de tapabocas o guantes cuando se tenía contacto con una persona VIH positiva, eran tan sólo algunos de los ejemplos de las creencias que los pacientes y el equipo MSF debían hacer frente para asegurar el acceso a salud.
Una vez que los pacientes eran admitidos en nuestras instalaciones, recibían atención médica para tratar la coinfección. También asegurábamos que siguieran recibiendo los medicamentos para el VIH por parte de las autoridades indias, a través de un fuerte componente de advocacy. También recibíamos pacientes que llegaban en estado de desnutrición, por lo que les brindábamos tratamiento con alimento terapéutico.
Otro componente esencial era la educación en higiene y salud. Los pacientes y sus familiares aprendían qué era el VIH y cómo prevenirlo, así como la importancia de tener buenos hábitos de higiene durante su estadía en el hospital para evitar la propagación de virus o infecciones. Si bien para nosotros la importancia del lavado de manos o el uso de tapabocas en la zona de tuberculosis son aspectos básicos, no todos tenían esa información, y estas medidas simples podían evitar el contagio de diversas enfermedades, más aún en un hospital donde los pacientes llegaban con múltiples enfermedades aparte del VIH.
Contábamos también con un equipo de salud mental que se encargaba de acompañar a los pacientes y sus familias a través de actividades de asesoramiento durante la estancia en el hospital. Asimismo, se les explicaba que ser diagnosticado con VIH no era una sentencia de muerte: que, por el contrario, una persona podía llevar una vida completamente normal si seguía el tratamiento y tomaba medidas de protección para evitar contagiar a sus seres queridos. Como teníamos pacientes muy críticos, parte de nuestro trabajo consistía en acompañarlos, así como a sus familias, cuando a pesar de todos los esfuerzos médicos, sabíamos que el paciente había llegado al final del ciclo de vida.
El mayor desafío era luchar contra la estigmatización. Algunas veces el acceso a exámenes de laboratorio o consultas de especialistas era negado. El miedo al contagio era la principal razón, algunas veces nos los expresaban de manera explícita y otras no. El miedo al contagio era la principal razón para que la comunidad y a veces el personal de salud de otros departamentos del hospital, fueran reacios a tener contacto con nuestros pacientes. Por esta razón, hacer difusión de nuestras actividades y educar sobre el VIH/Sida era clave en nuestras actividades.
Otro de nuestros desafíos era lograr captar mujeres y niñas con VIH/Sida. La mayoría de nuestros pacientes eran hombres y siempre tenían como acompañante a un miembro femenino de su familia, generalmente sus esposas. Por el contrario, las pocas mujeres que llegaban a nuestro servicio, eran generalmente acompañadas por un miembro femenino de su familia y rara vez el esposo estaba con ellas. Las mujeres encontraban aun más complicado hablar sobre su condición de salud, a menudo condicionadas por el temor en sus familias de que otras personas se enterasen de la misma.
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Pero MSF no son sólo pacientes, sino por supuesto su propio equipo de médicos, enfermeros, camilleros, psicólogos, logistas, financieros y personal de recursos humanos en el terreno.
Para el equipo, este proyecto era emocionalmente desafiante debido al estado de salud de los pacientes. Aunque lográbamos salvar la vida de al menos el 90 por ciento de ellos, teníamos fallecimientos cada semana. Sabíamos que esto sucedería por ser un proyecto de VIH avanzado, pero cada fallecimiento era una experiencia fuerte para el equipo, así como ver el precario estado de salud de los pacientes día a día.
Precisamente la razón principal por la cual MSF estaba ahí era porque estos pacientes no tenían acceso a salud en el estado avanzado de su enfermedad. Gracias a MSF podían recibir tratamiento y en muchos casos salvar sus vidas. Cuando no era así, los pacientes y familiares recibían apoyo psicológico para atravesar el final del ciclo de vida.
Los pacientes y sus familias no hablaban inglés, sólo hindi, así que el personal nacional nos ayudaba a traducir. Era muy satisfactorio cuando nuestros médicos expatriados ya podían comunicarse con algunas palabras en hindi y ver la sonrisa de los pacientes cuando los escuchaban hablar en su propio idioma.
Sin Médicos Sin Fronteras, los pacientes seguramente terminarían en sus casas sin recibir tratamiento y sin la posibilidad de salvarse. Esto hacía que todo valiera la pena: el estar lejos de casa, el calor de más de 40 grados y el vivir en una de las ciudades más contaminadas de la tierra que nos provocaba constantes problemas de salud. Al final del día, podíamos ayudar a muchas personas que de otra manera no recibirían ayuda.