Carolina Loreti estudió medicina en la Universidad de Morón y luego se especializó en medicina interna y en infectología en la Universidad de Buenos Aires. Oriunda de Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires, comenzó a trabajar con Médicos Sin Fronteras (MSF) en 2015 y acaba de regresar de su primera misión en Georgia, donde trabajó durante nueve meses con pacientes de Tuberculosis.
Volviste de Georgia hace muy poco, tu primera misión ¿Cómo fue?
Al principio siempre cuesta acostumbrarse a una cultura nueva, a trabajar con un traductor, porque eso cambia mucho los tiempos y el acercamiento con el paciente. Pero como la tuberculosis es una patología crónica uno crea vínculos a pesar de la distancia idiomática. A mí me sirvió mucho para aprender a guiarme más por los gestos del paciente, para acercarme más a lo no verbal, mientras esperaba la traducción.
¿Qué hace Médicos Sin Fronteras (MSF) en Georgia?
En el proyecto donde trabajé en Georgia tratábamos un tipo específico de tuberculosis. La tuberculosis es una enfermedad asociada a la pobreza en los países donde está MSF y afecta especialmente a los pacientes que tienen algún tipo de predisposición como por ejemplo VIH/sida. En Georgia, debido a la crisis que hubo en los ’90 luego de la caída de la Unión Soviética, hubo escasez de fármacos que no alcanzaban para curar a los pacientes, entonces se desarrollaron tipos de tuberculosis más resistentes. Además, durante más de 50 años no hubo nuevas drogas para tratar la tuberculosis, por lo que tampoco había otras herramientas u opciones para tratar las formas más resistentes de la enfermedad. Ésta es una enfermedad de las llamadas “olvidadas”, por lo que durante mucho tiempo no hubo interés por desarrollar nuevos fármacos. MSF empezó a trabajar con tuberculosis en Georgia a fines de los ’90 y comenzó a tratar formas cada vez más resistentes de tuberculosis, pero con drogas viejas que no son tan efectivas, requieren una gran cantidad de dosis, con muchos efectos adversos, muy tóxicas y un tratamiento muy largo, por lo que la mitad de los pacientes no logra completar el tratamiento. Para las formas más resistentes de tuberculosis, el tratamiento es muy largo: dos años. Son ocho meses mínimo con inyecciones cada día, que afectan los riñones, la audición –por eso tenemos muchos pacientes sordos-, produce pérdida de la sensibilidad de las piernas, dolores musculares, entre otras cosas. En 2013 y 2014 aparecen dos nuevas drogas muy prometedoras para tratar de llegar al éxito terapéutico que no estábamos teniendo y en uno de los primeros países donde se empiezan a utilizar es Georgia.
¿Dónde trabajabas? ¿Cómo era el día a día?
Trabajábamos en toda Georgia. Allá hay cuatro hospitales principales para el tratamiento exclusivo de tuberculosis. Los pacientes que están en una fase contagiosa están en los hospitales, mientras que los pacientes que ya no contagian pueden volver a sus casas, pero tienen que ir a recibir el tratamiento todos los días. Hay alrededor de 60 centros ambulatorios en diferentes pueblos; algunos son especialmente para tratamiento de tuberculosis, pero otros son centros de atención primaria donde estos pacientes que no están en una etapa contagiosa pueden recibir el tratamiento en un lugar más cercano a su casa, así no tienen que viajar tanto. Éramos un equipo de médicos, enfermeros, psicólogos y asistentes sociales. Nuestro trabajo consistía en que alguien del equipo fuera todos los días al hospital principal de la capital, que es donde teníamos la mayor cantidad de pacientes. Ahí visitábamos a los pacientes problemáticos, hablábamos con los médicos, las enfermeras. Y después por lo menos una vez al mes visitábamos los centros ambulatorios, ubicados por todo el país.
¿Y ahora cuál es tu próximo destino?
Ahora me estoy por ir a Kenia, a Homa Bay. Es uno de los primeros lugares donde MSF empezó a tratar VIH/sida allá por el año 2000, así que es un proyecto que lleva ya muchos años. La idea es ir a hacer el seguimiento del proyecto, porque hace años se traspasó todo al Ministerio de Salud, y ayudar a entrenar con las drogas nuevas.
¿Qué te dejó esta experiencia? ¿Cómo evaluás tu primera misión? ¿Con qué expectativas vas a la segunda?
A esta primera experiencia en terreno llegué con mucho miedo de no poder estar a la altura. Pero bueno, después te das cuenta, estando ahí, que es un ida y vuelta. Finalmente aprendí más de lo que fui a dar. Aprendí a escuchar y a estar abierta a otra cultura, frente a algo que no me gusta tratar de entender por qué es así, aprender sobre el pasado de ese pueblo. Y ahí te volvés un poco menos arrogante.