Durante los últimos 10 años, la población en el noreste de Nigeria se ha visto atrapada en un espiral de violencia, desplazamiento e inseguridad. Los enfrentamientos entre grupos armados no estatales y el Ejército han obligado a las personas a abandonar sus hogares y muchas familias viven ahora en campos de desplazados, dependiendo en gran medida de la asistencia humanitaria para sobrevivir. Se estima que 1.8 millones de personas han sido desplazadas en los estados de Borno, Adamawa y Yobe.
Bruno Giusti es un psicólogo de Lima, Perú, que hasta hace muy poco fue el coordinador de salud mental de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Borno. En esta entrevista, él cuenta acerca de la importancia que tiene el enfoque de salud mental en esta crisis y sobre lo que significó su primera experiencia de trabajo con MSF.
¿Cómo llegaste a MSF?
Siempre me interesó la labor humanitaria. En Perú, si bien me desempeñaba principalmente en el ámbito privado, cada vez que me resultaba posible, intentaba involucrarme en trabajos comunitarios. Algunos años más tarde, al terminar un máster que hice en España, me encontré con una convocatoria de MSF donde buscaban psicólogos para trabajar en el terreno. Decidí intentarlo y apliqué.
Conocía a la organización a través de los medios de comunicación y me sentía especialmente atraído por su capacidad de llegar a lugares donde usualmente la ayuda no llega. También, porque durante los últimos años, estaba particularmente interesado en trabajar en formas alternativas y creativas de atender los problemas psicológicos y clínicos de las personas, más allá de las psicoterapias a las que tal vez uno está más acostumbrado. Entonces cuando me encontré con esta posibilidad de salir a terreno con MSF, pensé que era una buena manera de acercar el abordaje psicológico en zonas donde usualmente no hay acceso a la atención en salud mental.
¿En qué consistía tu trabajo en el noreste de Nigeria?
Durante tres meses coordiné el área de salud mental en dos proyectos de MSF en los enclaves de desplazados de Gwoza y Pulka, ubicados en el estado de Borno.
Mi trabajo en cada uno de estos proyectos consistía en coordinar a los equipos de salud mental locales, que estaban compuestos por psicólogos, trabajadores comunitarios y consejeros. Parte de mis tareas era brindarles soporte técnico y analizar nuevas formas de plantear las intervenciones y de abordar los problemas que encontrábamos en la población.
¿Y cuáles eran las problemáticas que presentaba la población?
En medio de esta crisis, la población vive situaciones muy difíciles. Además de estar sometidas a condiciones de pobreza extrema, muchas personas han perdido a sus seres queridos y han sido víctimas de actos de violencia como torturas, amenazas y abusos sexuales. Todo esto deja una serie de secuelas que pueden manifestarse en problemas físicos y/o psíquicos, y que les impide llevar una vida relativamente normal. Las personas a las que atendíamos sufrían por ejemplo de angustia, ansiedad, estrés, alteraciones del sueño, desesperanza, pérdida de confianza en sí mismas y en los demás.
Es muy difícil volver a confiar en las relaciones cuando uno se ha enfrentado a experiencias traumáticas tan intensas. Parte de nuestro trabajo era entonces ayudarlos a sobreponerse a todo esto y a reconstruir un proyecto de vida.
¿Cómo era el enfoque de salud mental frente a estas situaciones?
Interveníamos en distintos niveles. En primer lugar, era necesario que las personas comenzaran a tomar conciencia de que sus problemas existían. Para esto, el equipo de trabajadores comunitarios de MSF realizaba una gran labor de sensibilización con la población en los campos de refugiados. Proporcionaban actividades de psicoeducación, conversaban sobre las consecuencias psicológicas que pudieron traer aparejada las vivencias que atravesaron y sobre las estrategias que podían generar para salir adelante. También por supuesto, sobre el abordaje de trabajo de MSF.
Luego, una vez que las personas llegaban para atenderse al hospital de MSF o a través de nuestros equipos en los campos de desplazados, realizábamos intervenciones individuales, sesiones de consejería y/o trabajo de estimulación con los niños a través del juego. Además, de forma complementaria, realizábamos sesiones de prevención en salud sexual y reproductiva.
En la medida que se aborda la salud mental, todos los problemas físicos que se atienden avanzan mejor. Por eso en MSF creemos que debe ser parte integral de la ayuda humanitaria y de los cuidados médicos.
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¿Qué significó esta primera experiencia de trabajo con MSF?
Ha sido una de esas experiencias que te cambian la vida para siempre. Personalmente, me hizo cuestionarme muchas de las cosas que creía que sabía sobre cómo funciona el mundo y sobre las necesidades de la población. Hay personas que realmente la pasan muy mal y que dependen de la ayuda de organizaciones humanitarias para poder subsistir. Y aún así, a pesar de todo, buscan formas de salir adelante.
Por ejemplo, el equipo de salud mental con el que trabajaba era maravilloso. Muchos de ellos vivieron todas estas situaciones tan difíciles y luego de haber encontrado formas de salir adelante, sentían la responsabilidad y el compromiso de hacer lo mismo por el resto de su comunidad.
Sin dudas he aprendido mucho sobre la flexibilidad, sobre cómo trabajar en situaciones extremas, pero también, sobre los límites de nuestro propio trabajo. Estoy muy motivado para seguir trabajando en otros proyectos de Médicos Sin Fronteras.